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Recapitulación de Twin Peaks: Parte 15

EL AMOR

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

Y en el principio fue el amor. Nadine camina por la carretera. Ha hecho un largo trayecto hasta la gasolinera de Ed para comunicarle algo (como Alvin en Una historia sencilla y su entrañable periplo que lo lleva a su hermano). Lleva una pala (la que promociona el Dr. Jacoby) porque con ella sacará toda la mierda de este mundo y entonces le implora a Ed que sea libre y que corra a ver a Norma, ya que ella ya no es un obstáculo. Un gesto cristiano, un gesto lyncheano: las personas ya no son como las ves y algunas historias comienzan a cerrarse. La de Nadine es hermosa. Entonces Ed corre al tradicional café de la doble R para contarle extasiado la noticia, pero se enfrenta a un panorama oscuro. Un tal Walter, que ya amagaba con acercarse a Norma, aparece. Mientras tanto, suena I’ve been loving you too long con la inconfundible voz de Otis Redding. La escena, siempre al límite de la parodia, tiene su encanto de colores marrones y un olor a milagro, de esos que en el cine nunca olvidamos. Ed se sienta, cierra los ojos y respira. La cruzada a favor de la meditación por parte de Lynch se filtra en sus criaturas. Norma planta al farsante, apoya sus manos sobre los hombros de su amado. Este le propone casamiento y los dos, con sus cuerpos y rostros gastados, se confunden en un beso de película. A continuación, la cámara recorre un cielo azul con nubes apenas perceptibles, como si relajara la mirada al mismo tiempo que se cae el telón. Otro de los momentos únicos de la serie.

Hace 43 años que Lynch medita y que nunca perdió una sola sesión. Según sus palabras-como Nadine- siente una sensación de libertad única al disolver “ese traje de negatividad”. Es evidente que sus ficciones son el depósito de las sombras, los canales donde exorcizar los demonios y por ello los contrastes pueden ser tan feroces como los que propone la siguiente secuencia luego del luminoso comienzo. Un fundido en negro, un cambio de ambiente y una carretera perdida nos conducen por el subterráneo de la historia del Cooper malvado y así otros cabos empiezan a atarse. Como en todas las películas del director, los hechos que abren otra dimensión posible o la aparición de seres primordiales que pululan por reductos desconocidos son una amenaza para la luz, para la energía eléctrica. De este modo, el encuentro de Cooper con los indigentes en esa desolada estación que viéramos en el capítulo ocho, viene acompañada por descargas que desvanecen su presencia. El segmento es oscuro, opresivo. La habitación ya la conocemos, como también distinguimos a algunas presencias de la película Fuego: camina conmigo. Cooper va a interpelar a Philip Jeffries, pero el agente no es una entidad corporal (que en paz descanse el gran David Bowie) sino una máquina que irradia humo y habla, como si fuera una pava humana. Nuevamente, Lynch juega a plasmar sus visiones pictóricas en pantalla y desarrolla un diálogo que aporta claves narrativas pero que se desenvuelve en una atmósfera de pavor permanente. Al salir, lo intercepta el hijo de Audrey (otro malvado de aquellos), pero el Cooper versión 2017 lo doblega y se lo lleva en su camioneta. Ese acto de compasión abre otra puerta sobre quién puede ser su padre. ¿Un acto de amor?

La tercera parte del episodio vuelve sobre la idea del amor, pero por una vertiente enfermiza. Es la que atraviesan el adicto marido de la hija de Shelly y Bobby con su amante (la otrora hermana menor de Donna, vestida de hada en los noventa). No sabemos qué les pasa exactamente. Sin embargo, se huele la abstinencia y el intento desesperado por matar a alguien. El clima desesperante contrasta con el paisaje bucólico. Como nunca, Lynch se permite saborear la paleta de colores sacándole jugo al digital, como si la nitidez de la alta definición fuera una lámina perfecta para plasmar toda la gama de tonalidades posibles.

Luego de dos transiciones donde se resuelven cuestiones importantes, el tercer acto de amor está representado por Jane y Dougie. Esta le acerca un trozo de torta de chocolate con delicadeza. El melancólico personaje, extraviado en el limbo de la confusión, come con placer y aprieta mecánicamente los botones de un control remoto hasta que accidentalmente prende el televisor. La dilatación empieza a sentirse y de pronto, se produce la revelación: vemos un tramo de El crepúsculo de los dioses en el que se escucha el nombre de Gordon Cole. Dougie es sacudido de su modorra y busca el lugar exacto de dónde salió, como si ese nombre le hiciera recuperar su estado original. Entonces se dirige a un enchufe (nuevamente la corriente eléctrica, especie de fluido vital) y produce un cortocircuito que da fin a la escena. Más allá del suspenso establecido y de las expectativas con este personaje, es interesante la manera en la que Lynch vuelve al clásico filme de Billy Wilder, un faro inagotable que ha alumbrado más de una película suya. Sin ir más lejos, uno podría pensar El camino de los sueños como el lado B del disco, con todas las referencias al mundo en extinción de Norma Desmond bajo el tamiz de la pesadilla soleada de Los Ángeles.  Si Wilder nos muestra el Hollywood de los cincuenta descarnadamente, Lynch parece decirnos: “no saben lo que es ahora” y nos sumerge en su infierno de colores rojos opresivos. El destino es representado en Wilder con ciertos signos que adelantan la tragedia: fiesta lúgubre, la cadena que retiene a Holden cuando quiere irse, la lluvia; Lynch lo hace con otra clase de signos: mafiosos y cowboys jugando a ser dioses de un mundo subterráneo. No es casual por ello que los fantasmas de ese universo regresen a Twin Peaks.

Y el amor transcurre en este episodio con despedidas incluidas porque asistimos a la última aparición de uno de los personajes más queridos de la serie, Margaret,  la Dama del Leño. Dentro de la estructura sinfónica de la serie, este es el momento del réquiem y la emoción invade la pantalla porque hay un múltiple adiós. Primero, la llamada a Hawk para avisarle sobre su inminente en un marco zen donde el rostro de Margaret exhibe la tranquilidad ante la idea de muerte como continuidad pero también la humana perplejidad frente a ese nuevo estado. Luego, la despedida del personaje frente a los televidentes, en un plano a cámara conmovedor. Por último, el adiós de Lynch hacia su compañera actriz desde los inicios mismos de su carrera como director. Otra historia que se cierra plácidamente pese a la tristeza que la envuelve.

La historia de amor de Audrey continúa envuelta en el misterio. Por un lado está Billy y un encuentro latente que pasó a ser kafkiano porque parece no concretarse nunca; por otro, una extraña convivencia con su diminuto marido, pragmático a la hora de enfrentar los insólitos requerimientos de su compañera.

El cierre nos sumerge en la oscuridad del Bang Bang Bar para terminar de manera enigmática y opuesta a la apertura del episodio. Una joven maltratada por dos motoqueros se arrodilla y se escabulle entre la multitud mientras suena la banda en el escenario. De un límpido cielo azul al sucio piso de un boliche. Así son los toboganes de Twin Peaks.

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