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Dos, una desconexión


Excelente


LO QUE PUDO SER Y LO QUE FUE

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

La primera reacción interna son una serie de preguntas bastante malvadas y definitivamente injustas: “¿Nunca Pablo Bellocchio va escribir una comedia lineal, pasatista, liviana? ¿Será un tipo muy desgraciado? ¿Quizás por eso construye historias fragmentadas, con estructuras complicadas, donde se impone la oscuridad y la melancolía? ¿Todos los del Colectivo Lascia serán igual que él? ¿Habrán armado una especie de cofradía maligna dedicada a concebir dramas profundos, hondos, que pesan en el espectador? ¿Planearon cagarme la noche con Dos, una desconexión? ¿Para qué demonios fui a ver la obra? ¿No hubiera sido mejor quedarme en mi casa viendo una serie por Netflix?”

Luego viene el momento de pensar, de acomodar las ideas, o más bien, el corazón. Y entonces es fácil darse cuenta que sería cuando menos facilista analizar una obra como Dos, una desconexión como un drama puro, porque en el texto surge a cada rato, de forma súbita, cambiante, el humor. Y no el humor como un mero descanso o alivio, sino como parte integrante de la trama. Los tres momentos de esa pareja que forman Miguel y Claudia, que son encarnados por cinco actores –en una permanente interacción y diálogo entre espacios y tiempos- están plagados de altibajos, de avances y retrocesos, de alegrías, tristezas, frases dulces e hirientes. Por eso la comedia es un componente lógico e inevitable, tanto como los pasajes tristes y hasta violentos.

Y si no es antojadizo el drama o el humor, tampoco lo es la estructura que se aparta de la linealidad como de la peste. Forma parte de una decisión ética y moral, sustentada en una puesta en escena calculada al milímetro en cada movimiento, donde las capas se superponen para decirnos que en el inicio de la relación podía intuirse el final, y que el final es clave para contemplar cómo fue el comienzo y el desarrollo posterior. Pasado y presente se miran entre sí, intercambian papeles, se fusionan entre sí. Lo que se dijo, lo que se calló, lo que se insinuó, van quedando expuestos, deconstruidos, puestos en crisis. Ni Miguel ni Claudia son inocentes en el proceso, pero tampoco culpables. No hay juicio más que el que ellos mismos se imponen, uno hacia el otro, y también a ellos mismos.

Después de los reproches, de los silencios amargos, de los gestos despectivos, queda ese tiempo transcurrido. Ese tiempo que pesa, como un lamento. Queda esa mirada melancólica, triste y a la vez cariñosa, sobre lo que pudo ser ese vínculo, sobre lo que amagó a ser, y lo que finalmente fue. La humanidad de los personajes, haciéndose cargo del lugar donde estuvieron parados, donde se encontraron, donde se separaron, donde quedaron ubicados.

Esa humanidad de Dos, una desconexión es que la impacta, la que obliga a quien observa como espectador a hacerse cargo de su propia historia. De los amores que tuvo, de los que pudo tener, de los que deseó pero nunca se concretaron, de los que amagaron con ser y se quedaron en insinuaciones. De lo que comenzó y terminó, de ese pasado que sigue siendo presente. Y ahí es cuando descubre que la serie de Netflix se puede mirar otro día y que esa oportunidad para mirar hacia dentro de sí mismo no puede postergarse. Tampoco el ver Dos, una desconexión, una obra estupenda.


Dramaturgia: Pablo Bellocchio Actúan: Nicolás Dezzotti, Malena López, Catalina Motto, Sheila Saslavsky, Maximiliano Zago Vestuario y escenografía: A&m Realizaciones Diseño de luces: Lucas García Fotografía: Alejandro Chen Diseño gráfico: Rodrigo Bianco Asistencia de dirección: Rodrigo Bianco Producción: Lascia Colectivo De Trabajo Dirección: Nicolás Salischiker Duración: 60 minutos Sala: Espacio Polonia (Fitz Roy 1477, CABA) – Viernes a las 21: 00.

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