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Recapitulación de Twin Peaks: Parte 6

SIN RETORNO

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

El capítulo seis de la serie actualiza con más fuerza la amenaza que el caos ejerce sobre el orden. En principio, desde un punto narrativo, en tanto y en cuanto, la historia continúa abriéndose en abismo; luego, en el plano físico. El cine de Lynch propuso desde siempre lo siguiente: entre el físico perfecto y el imperfecto media la infección, es decir, uno, el perfecto, supone el control (Jeffrey, Cooper) y el otro, la deriva y el caos emocional (Bobby Peru, el Barón Harkonnen, Frank Booth, el hombre misterioso). Ahora bien, entre ambos, media el agente infeccioso que altera los cuerpos y las apariencias, pierde el control y se transforma en otro. Este campo de la otredad ya domina por completo a la tercera temporada de Twin Peaks y el mal, esa entidad difusa y omnipresente, está expandido como nunca en cada rincón del universo.

No hay un atisbo de racionalidad desde que Cooper se ha calzado el traje verde y continúa extraviado en la cárcel del lenguaje y en un mundo de signos que no logra decodificar más allá de la intuición o la facultad imitativa. Cada una de sus intervenciones propone un doble efecto que oscila entre la risa y la perplejidad, la poesía y la tragedia cotidiana. La secuencia inicial del capítulo es de una tristeza tal que dan ganas de ir y abrazarlo al tipo, solo, frente a la estatua, de noche, sin poder articular palabras ni gestos coherentes, conducido por un guardia a su casa. Ya inserto en la nueva lógica familiar (la suave música de Badalamenti se ha apagado), la exasperación provocada por el absurdo genera esa angustia que Lynch estira como un chicle pero que por ahora no se resigna a abandonar. Por el momento, Cooper se toma todo el tiempo para recuperar los sabores del café y de la comida, para descubrir gestos y adquirir en cámara lenta el habla. Sus momentos parecen ser aquellos en los que comparte juegos con el pequeño hijo impuesto. Luego, su cable a tierra con la habitación roja pasará por los esporádicos encuentros con el manco y algunas palabras a descifrar (como las que dan origen al título del episodio, “No mueras”).

Esta caída al pozo del caos, deja una luz (por cierto inesperada) cuando vemos apenas unos segundos el cuerpo de espaldas de Diane en la piel de Laura Dern. La voz de la serie, la mujer que oficiaba de interlocutora de Cooper y a la que jamás habíamos visto, ahora se materializa en una especie de femme fatale con peluca y pose glamorosa ante el llamado de Albert (previamente se escucha a Gordon Cole refiriendo la importancia del encuentro al que califica como “ese trabajo”), quien entra empapado a un bar despotricando contra Gene Kelly y Cantando bajo la lluvia (otro de los guiños cinéfilos que deambulan por la temporada). Es la gran estocada de Lynch para los fanáticos; dura unos segundos y queda picando como tantas otras cosas.

Sin embargo, lo que prevalece siempre es el lado B de la serie original, la aparición de los signos que confirman una amenaza y la ligazón fundamentalmente con la película Twin Peaks: fuego, camina conmigo. En un plano volvemos a ver ese semáforo colgando de noche que tantas desgracias vaticinaba, pero jamás hubiéramos esperado que lo que vendría se atreviera a desafiar como nunca la añoranza del idílico pueblito en medio del bosque. Hay dos o tres momentos que son difíciles de digerir y conducen el horror hasta un límite incluso paródico (si hay algo a lo que se anima Lynch es a usar el medio televisivo para demoler el funcionamiento narrativo y empático de las series vigentes: ¿quieren una historia?, la respuesta es la fragmentación; ¿quieren terror, sangre?, la respuesta es un asesino que revienta a puñaladas a una mujer; ¿quieren sensacionalismo, llanto, dolor?, la respuesta es un accidente donde muere un niño frente al desgarro de su madre. Todos segmentos, por supuesto, enrarecidos por la música y la puesta en escena). Aún en secuencias donde el relato parece más clásico o lineal, se usan convenciones narrativas complejas. También alteran el sentido narrativo los planos misteriosos, insertos dentro de una lógica abstracta (influencia de este arte). Se trata de un uso puro cinematográficamente hablando, de la misma manera que un pintor abstracto sabe distribuir las masas y los trazos componiendo un cuadro y creando las tensiones necesarias en su superficie, aún cuando la imagen no representa nada reconocible. Una charla como la que vemos entre gángsters (con una referencia al Frank Booth de Terciopelo azul) deriva en una serie de gestos y palabras que dilatan la escena y preparan el campo para la aparición de una violencia irracional que dominará todo el último tramo del capítulo que incluye, entre otros personajes, al querido Harry Dean Stanton, testigo del mencionado accidente y cuya presencia recuerda su participación en Twin Peaks: fuego, camina conmigo (él vive entre remolques, el lugar donde desapareció el detective Chet Desmond, interpretado por Chris Isaak).

Uno de los ejes rectores del terror como género es la invasión de lo siniestro para trastocar la normalidad establecida. No obstante, desde el punto de vista clásico el orden puede ser restablecido mediante la eliminación sistemática del elemento perturbador. Sobre la base opuesta de esta tendencia construye su poética Lynch, reelaborando las nociones del policial, la road movie, el melodrama, estructurándolos en torno al eje rector del género de terror clásico. Derivado de lo anterior, la descripción de la placidez insoportable de un pueblo americano es corrompida por el descenso a un abismo monstruoso. Los dos asesinatos mostrados en este episodio evidencian un tipo de crudeza no apta para estómagos sensibles, al borde de la provocación.

Desde el inicio de la temporada varios personajes devienen como si fueran las piezas del cuerpo de Bob, versiones fraccionadas de un mal que envuelve al mundo y empapela cada rincón de la existencia. En este caso, un joven desquiciado y violento ni repara en el acto terrible que acaba de cometer; más tarde, un asesino a sangre fría se despacha a una mujer en la oficina donde trabaja Dougie (o sea Cooper), en un cruento movimiento que desata la perturbación. A esta altura está bien claro que nadie estará cómodamente sentado en el sillón frente a la pantalla nunca más. Sólo bajamos el tobogán de siniestra adrenalina con el cierre musical de cada episodio cuyo contenido sensorial y canciones alternativas caen como chutazos de heroína.

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