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John Wick 2: un nuevo día para matar

Título original: John Wick: Chapter 2 
Origen: EE.UU.
Dirección: Chad Stahelski 
Guión: Derek Kolstad
Intérpretes: Keanu Reeves, Riccardo Scamarcio, Ian McShane, Ruby Rose, Common, Claudia Gerini, Lance Reddick, Laurence Fishburne, Tobias Segal, John Leguizamo, Bridget Moynahan, Thomas Sadoski, David Patrick Kelly, Franco Nero, Peter Serafinowicz, Luca Mosca, Mario Donatone, Chukwudi Iwuji, Peter Stormare
Fotografía: Dan Laustsen
Montaje: Evan Schiff 
Música: Tyler Bates, Joel J. Richard 
Duración: 122 minutos
Año: 2017


8 puntos


LOS BRILLOS Y SUS MÉRITOS

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Se podría decir que John Wick 2: un nuevo día para matar es efímera y no sería una equivocación o exageración. Tampoco un cuestionamiento. De hecho, esta secuela –que supera en eficacia y hasta complejidad a su antecesora- se hace cargo del lugar que ocupa, con desparpajo y alegría, encontrando allí sus mayores méritos: es un espectáculo hiperbólico, donde la exageración es la norma, pero también la fisicidad y el profesionalismo.

Uno de los méritos más sustanciales de John Wick 2: un nuevo día para matar es que consigue una razón de ser como secuela –e incluso como paso intermedio rumbo al cierre de lo que será una trilogía-, a pesar de que la primera entrega parecía culminar la historia de su protagonista. Lo hace a partir de un relato que potencia no tanto al personaje del título sino al universo que lo rodea y habita, repleto de asesinos, mafiosos, entidades que nuclean a mafias, proveedores de criminales, hoteles que albergan delincuentes y hasta homeless que resultan ser tipos no precisamente muy santos. El John Wick que encarna Keanu Reeves con notable efectividad y compromiso, y que debe volver a las andadas cuando alguien le aparece en la puerta de su casa para cobrar ese tipo de deudas ineludibles, es una especie de envase vacío en diversos sentidos y vías: para los otros personajes, puede ser el cuco –“el Hombre de la Bolsa”, como le dicen varias veces-, el instrumento para ciertos fines, el representante de otros tiempos, la leyenda de la que todos hablan; para el espectador, es el vehículo para adentrarse en un mundo donde todo es brillo, superficie, fantasía lustrosa, códigos irrompibles –y que están para romperse-, lo que quisiéramos que fuera el submundo marginal.

El director Chad Stahelski muestra ser astuto y hasta inteligente, apoyándose en el conciso y preciso guión de Derek Kolstad, pero también en todo un conjunto de filiaciones, que se acumulan desde el inicio, con una cita muy particular (y explícita) a Buster Keaton. La presencia de ese ícono del spaguetti western que es Franco Nero no es casual, porque podemos verlo como una especie de antecesor y modelo a seguir para John Wick. Algo similar se puede decir de la aparición de Laurence Fishburne: no solo es un guiño a Matrix, también lo es a un cine donde no importan los sentimientos o la política, sino las peleas y tiros. De hecho, John Wick 2: un nuevo día para matar busca recuperar cierto espíritu del cine de acción de los noventa, donde la exageración se imponía al realismo, la reflexividad escaseaba y los que dominaban el paisaje eran tipos como John Woo o Tsui Hark –verdaderos coreógrafos y compositores de la imagen-, a la vez que dialoga con el cine oriental del nuevo milenio y representantes como Johnnie To.

Por eso John Wick 2: un nuevo día para matar, cuando deja el lastre de ciertos diálogos demasiado ceremoniosos, privilegia el plano de conjunto y hasta los planos generales para diseñar la acción, apelando al montaje en el cuadro, otorgándole una fluidez inusitada a la narración y las imágenes que la componen. Y en base a eso, consigue algunas secuencias notables, que están entre lo mejor de los últimos años, como la que transcurre en las catacumbas del Coliseo o la que se desarrolla en una exposición de espejos en un museo. En esa configuración narrativa, donde el relato progresa saltando de una escena de alto impacto a otra, esta secuela interpela a la saga más emblemática de los últimos tiempos: la de Bourne, con especial énfasis en Bourne: el ultimátum. Es una interpelación problemática, porque si en los films del asesino amnésico la acción está pautada por la política y la cámara en mano, el seguimiento a Wick está atravesado por un romanticismo simplón pero funcional y la steady cam. Donde ambas franquicias parecen darse la mano es en el final de John Wick 2: un nuevo día para matar, marcado por la desolación y la paranoia, y que es el puente perfecto para la tercera parte.

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