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El rescate

machine1Título original: Machine Gun Preacher
Origen: EE.UU.
Dirección: Marc Forster
Guión: Jason Keller
Intérpretes: Gerard Butler, Michelle Monaghan, Kathy Baker, Michael Shannon, Ryann Campos, Madeline Carroll, Souleymane Sy Savane, Grant R. Krause, Reavis Graham, Peter Carey, Barbara Coven, Misty Mills
Fotografía: Roberto Schaefer
Montaje: Matt Chesse
Música: Asche & Spencer
Duración: 129 minutos
Año: 2011


5 puntos


OJO POR OJO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

machine2Sam Childers es un personaje particular: tipo de un pasado turbulento, delincuente y adicto, terminó encontrando en la fe religiosa una forma de traducir su carácter obsesivo y reconvertirlo en una suerte de paladín de la justicia que ayuda a niños víctimas de la guerra y la violencia civil en Sudán. El rescate (inconcebible título para el más sugerente Machine gun preacher) es una suerte de biopic, que aborda con un tono ambiguo la experiencia de este personaje y que encuentra al pasar algunas reflexiones interesantes sobre la fe y la conducta humana, pero que no termina de cerrar desde el montaje una experiencia cinematográfica fluida ni placentera.

El film del alguna vez interesante Marc Forster (Monster’s ball) está protagonizado por Gerard Butler, actor que parece aquí entregado a uno de esos personajes que le permitan quitarse cierto tono de actor cualunque y demostrar sus aptitudes. Hay que reconocer que por la esencia de Childers su recreación tosca es aceptable, pero también que si la película falla es menos por él que por culpa de una serie de elipsis que impiden comprender adecuadamente el arco dramático de los personajes (todo pasa demasiado rápido y el espectador no puede asimilar los cambios de un tipo que pasa de Scarface a la Madre Teresa en dos fotogramas). Lo mejor de El rescate pasa por la forma en que la película mira el acercamiento de Childers a lo religioso: lo que se nota ahí es un personaje compulsivo, que en todo caso cambia de hábitos pero nunca las formas. Por eso se obsesiona, por eso no puede detener su impulso a salvar a esos niños africanos contra los intereses de su familia. Lo que deja en claro es que somos un poco nosotros, pero también lo que los otros ven de uno: Childers nunca termina de “curarse” y se moviliza por la culpa, una culpa que lo termina carcomiendo y entregando nuevamente a viejas conductas, pero reconvertidas a favor de un punto de vista social. Si ahora mata, es por el bien de algunos.

Hasta ahí todo más o menos bien, salvo por esa forma mainstream de mirar el Africa y de ciertos regodeos morbosos con el cuerpo de los niños. Hasta el cierre es más que interesante, cortando en medio de la acción y definiendo a su personaje con una línea de diálogo precisa. Sobre los créditos, aparecen las típicas imágenes reales y, como coda, la palabra del propio Childers. Todo aquello que podíamos intuir pero quedaba apresado en el marco del verosímil cinematográfico, es expulsado por el protagonista con un ánimo bastante reaccionario. Y si bien uno no duda de que en ocasiones la violencia actúa como un regulador de cierta noción de justicia (no lo avalo, pero no puedo negar que esa mirada existe), lo que dice el Childers real no sólo fortifica su discurso duro y asimilable al ojo por ojo bíblico, sino que además convierte al Childers de la ficción en un tipo evidentemente falso, irreal, falsamente conflictuado. La ficción se desdice a sí misma, aunque lo hace con una honestidad inconsciente.

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