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Orgullo en juego

crooked1Título original: Crooked Arrows
Origen: EE.UU.
Dirección: Steve Rash
Guión: Brad Riddell, Todd Baird
Intérpretes: Brandon Routh, Gil Birmingham, Crystal Allen, Chelsea Ricketts, Kachina Dechert, Gina Field, Tom Kemp, Cindy Lentol, Matthew Eriksen, Michael Hudson, Lonnie Farmer, Kelby Turner Akin, Tyler Hill
Fotografía: Dan Stoloff
Montaje: Bart Rachmil, Danny Saphire
Música: Brian Ralston
Duración: 105 minutos
Año: 2012


6 puntos


APOYANDOSE EN UN GENERO INDESTRUCTIBLE

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

crocked2Si algo prueba un film como Orgullo en juego, es que el género deportivo es prácticamente a prueba de balas: hay que hacer las cosas realmente muy mal para que un film deportivo termine siendo mediocre o fallido. Y si bien es cierto que la película de Steve Rash (responsable de varias cintas destinadas directamente al mercado doméstico, como American pie – campamento de bandas y Triunfos robados – a todo o nada) posee numerosos defectos, tiene un par de cositas bien claras y con eso le alcanza.

Algo hay que reconocerles a los estadounidenses, y es que alimentan el género con muchas historias reales desperdigadas a lo largo de su historia deportiva, haciendo hincapié principalmente no en las grandes y famosas epopeyas, sino en esas instancias protagonizadas por gente común y corriente que se supera a sí misma. En este caso, el relato hace foco en un equipo de lacrosse integrado por nativos americanos, buscando no sólo recuperar un rendimiento óptimo sino también honrar sus propias tradiciones (el lacrosse es un deporte que tiene sus orígenes como un juego de los indígenas americanos). El centro de toda la trama es Joe Logan (un correcto Brandon Routh), quien proviene de una familia indígena pero se ha convertido en el prototipo del hombre blanco de negocios, y ahora viene como emisario de un empresario que busca comprar la mayoría de las tierras del lugar para un enorme emprendimiento inmobiliario. Claro que conseguir el aval de las autoridades indígenas no será fácil y Logan deberá convertirse, de manera bastante improvisada, en el entrenador del equipo de lacrosse, que transita el campeonato estatal de derrota en derrota.

A partir de ahí vendrá lo previsible: el choque inicial entre el protagonista y los jóvenes a los que debe entrenar, el paulatino hallazgo de coincidencias, el aprendizaje deportivo en consonancia con el moral, el progreso del equipo y claro, el típico partido decisivo. Si Rash no consigue darle la suficiente solidez a los dilemas del personaje principal y unas cuantas lecciones de sabiduría indígena son bastante pesadas, lo cierto es que los pasajes deportivos están filmados con una óptima conciencia del espacio y un montaje muy fluido, capturando la atención del espectador a través del suspenso. Otra vez se da ese “milagro” ya muy habitual en el cine deportivo estadounidense: podemos no entender nada del deporte en cuestión, pero igual los nervios nos ganan y nos encontramos deseando el triunfo de los protagonistas, porque sabemos que se juega mucho más que un resultado.

Orgullo en juego recurre a unos cuantos esquematismos y estereotipos, lo cual le juega en contra principalmente con los antagonistas, pero a favor a la hora de retratar los vínculos entre los “buenos”, entre esa gente tratando de sostener sus tradiciones y su modo de vida en un mundo donde lo único que parece importar es el “progreso”. Así, genera la empatía justa y necesaria. Como un equipo chico, sin grandes estrellas, pero que tiene claro a qué juega y cómo hacerlo, Orgullo en juego hace su partido, sin descollar pero cumpliendo con lo prometido.

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