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24 líneas por segundo: el humor no tiene límites

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

barcelonaLa información pura y dura dice que la jueza Susana Nóvile había obligado a la Revista Barcelona a pagarle 40.000 pesos a Cecilia Pando (esposa de un militar y defensora de los derechos de militares procesados y detenidos por crímenes de lesa humanidad), por “daños y perjuicios” a raíz de una imagen satírica en la que la mujer aparecía atada en el marco de una práctica sadomasoquista. Aunque parece que la apelación del fallo fue aceptada y la causa seguiría nuevos rumbos. Esa, repetimos, es la información pura y dura. Ahora, lo que nos interesa es lo subterfugio, el detrás de escena de una información que, obviamente, pone en pie de guerra a las voces que se amparan detrás de cada punto de vista. No está en este escriba la intención ponerme a discutir eso, no me interesan los defensores o detractores de Pando, no me interesa si gusta o no gusta Barcelona. Aquí lo que está en jaque es otra cosa. Barcelona es claramente una revista humorística, no tiene un objetivo informativo más allá de los diversos niveles de influencia que se pueden esconder detrás de un chiste. Por eso, por no buscar la veracidad informativa y sí esperar (como módica recompensa) apenas el rebote sonoro de una buena carcajada, resulta un material mucho más complejo de asimilar para una sociedad y, especialmente, para esas instituciones como la Justicia que tienen que contener lo anormal, lo que se sale de la norma: eso es el humor y la comicidad, un anomalía que inquieta. La comedia y una masa riéndose a carcajadas es algo imposible de controlar: al poder (político, económico, intelectual, militante), sinceramente, lo descoloca. Revista Barcelona es fundamentalmente inquieta, es una revista que polemiza a partir de la prepotencia que impone el humor negro, negrísimo, el reírse de aquello con lo que las mayorías nunca se animarían a esbozar ni una sonrisa. Por eso que Barcelona es un medio necesario, más aún en un contexto de ideologismo irritante como el que atravesamos. Seguramente moleste más alguien que se ría de todo, que un mero opositor: el opositor es un rol obvio y necesario también para el discurso oficial, el otro en cambio es tan maleable y zigzagueante como el andar de un reptil. El humor, quiero decir, no tiene (no debe tener) límites. Y en esta afirmación está implícito el supuesto de que algo definitivamente pueda ofendernos o molestarnos (para ser precisos: ofenderme o molestarme). Digo, aún así, siendo incorrecto, despreciable, poco oportuno, sin timing y dirigido a uno, el humor no puede tener límites. Los límites, en todo caso, son personales, y cada uno sabrá sobre qué está capacitado para reírse, hasta dónde llega su sentido del humor, cuáles son los temas que le parecen intocables por la risa. Sobre el humorista podrá caer, en todo caso, una condena social por su mal gusto, y esa será su peor censura: los apologistas del humor negro tenemos que ser honestos y aceptar que haya gente que pueda sentirse dañada por un chiste, el no tener límites no impide que la humorada pueda ser realmente dolorosa. Pero más allá de eso, todo lo demás, todo intento por ponerle un cerco al humor, por contener sus alcances y por decirle a los demás sobre qué asuntos está bien o mal reírse, es sincera y profundamente una actitud facciosa.

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