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Tierra de excesos

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

vinylVinyl se llama la nueva serie emitida por la señal HBO, creada por Mick Jagger, Martin Scorsese y Terence Winter. El piloto, de dos horas de duración, está dirigido por el propio Scorsese y su comienzo es demencial. El protagonista (Bobby Cannavale) está encerrado en su auto, pasado de cocaína, nervioso, con una tarjeta que pertenece a un detective privado y unos cuántos gramos de merca. Duda entre hacer o no una llamada. Sentimos la paranoia que lo invade. En el momento en que decide utilizar el teléfono, como si cayera del cielo, una legión de fanáticos corre y pasa por encima del vehículo. Se dirigen al mítico Mercer Arts Center. Es la excusa ideal para salir de la claustrofobia, como si de una señal se tratara. El hombre ingresa y queda deslumbrado por lo que genera la banda en el escenario. Son los New York Dolls al palo con Personality crisis. Si bien los movimientos de cámara registran desde diversos ángulos la locura de los presentes, nunca pierde la mirada sobre esa silueta desencajada, en suspenso, de aquel hombre que parece estar en el momento y el lugar propicios. Unos minutos después, sabremos que el sujeto en cuestión es Richie Finestra, director de un sello discográfico en crisis a punto de concretar una venta y que deberemos esperar para ver por qué ha llegado a la situación mostrada al inicio de la serie.

Scorsese vuelve sobre sus temas predilectos y presenta una historia donde la combinación es explosiva: rock, negocios, drogas, mafia. El tono narrativo y algunas situaciones son similares a El lobo de Wall Street. Fundamentalmente porque el tema sigue siendo el dinero. La amenaza de la falta de capital es el veneno que corroe los andamios individuales y familiares. Finestra vive en una grieta y varios planos confirman su parálisis y su resguardo en el auto, ese lugar de encierro y de distancia con respecto al mundo. Y el tema por supuesto está asociado a la forma: se muestra la eficacia del dinero, cómo circula, con un montaje veloz, cambiante, histérico y acorde a los saques con cocaína. En este sentido, Vinyl, como gran parte del cine contemporáneo americano desde los noventa, plantea un vínculo entre dinero y obscenidad que, en el caso de Scorsese, se relacionan con la mafia. Aquí son los empresarios envueltos en el negocio quienes no vacilan en afirmar “los músicos son productos, no amigos”, premisa que parece decirnos que en esta existencia la única forma de conquistar el mundo es a través de la estafa. Para tal fin, la velocidad de la narración es el vértigo necesario para captar los delirios de los setenta en la industria del rock. Todo es extremo, no hay momento de calma ni descanso. Los personajes, si no participan de fiestas y de orgías, se matan por conseguir cazar algún talento. Hay historias que se abren más allá del núcleo principal y una de ellas tiene como protagonista a la joven  Juno Temple (hija del consagrado documentalista Julien Temple, autor de extraordinarios trabajos como The filth and the fury y Joe Strummer: the future is unwritten), la cual participará del juego de ascenso deseado cuando se proponga instalar a una banda punk cuyo renegado líder es el hijo de Jagger, James. Otra vertiente se explota a partir de flashbacks y se centra en un artista de blues que es traicionado con fines netamente comerciales, una especie de piedra que el protagonista no podrá sacarse fácilmente. Pero más allá del carácter coral y del menú de platos narrativos que se abren como posibilidades, el centro de atención será Finestra, un típico héroe scorseseano, en medio de dilemas morales y que experimenta sus intuiciones como si de religión se tratara (hay más de una connotación al respecto). Al igual que el Jordan Belfort de El lobo de Wall Street, es un depredador maníaco, fetichista, especie de rockstar del mundo financiero. El tobogán en bajada siempre está latente cuando la irracionalidad de los negocios y la velocidad del capital desembocan en los vicios que lo llevan a la perdición y a la crisis con su mujer (Olivia Wilde), o a la necesidad de matar. La voz en off y los planos subjetivos nos invitarán a viajar con él a través de una montaña rusa de percepciones distorsionadas, aceleradas por el consumo. En este sentido, la historia parece ser una interrogación sobre un mito que bordea siempre las discusiones sobre el ámbito del rock: hasta qué punto un cuerpo puede aguantar cuando simula estrellarse todo el tiempo.

El otro must es la música. El desfile de canciones es un premio aparte y como suele suceder en las películas del director están en el momento adecuado. Se podrá objetar, en todo caso, la exagerada interpretación (a veces al borde del ridículo) de algunas estrellas del momento (la de Robert Plant parece un chiste de Jagger, viejo zorro) pero en términos generales la descripción del ambiente y la manera en que se filma el acontecimiento escénico no defraudan.

Si bien es incierto el destino de cada capítulo en cuanto a quién la dirigirá, la serie promete y confirma una vez más que ha llegado el momento en que ciertos contenidos de televisión superan con ventaja a la pálida cartelera de los jueves. Vinyl puede ser uno de ellos.

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