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A prueba de muerte (2007)


death proof 2


El director perdido en su propia ruta

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

No me va a quedar otra que hablar muy a título personal: en general, a pesar del paso de los años, tengo recuerdos muy nítidos respecto a los distintos films de Tarantino, no sólo de las obras en sí, sino incluso también de las circunstancias en las que las vi. Eso me pasa incluso con Triple traición, a la que vi sólo una vez. Pero no me sucede con A prueba de muerte, a la que tuve que rever para escribir este texto, y a pesar de que pasaron menos de 48 horas, ya empieza a disolverse en mi memoria. Así de indiferente me deja, así de intrascendente me resulta.

Debo decir que no entiendo para nada el alto nivel de valoración que tiene la película para algunos críticos y en verdad concuerdo con lo dicho por Quentin Tarantino, quien admitió en una entrevista que había retorcido demasiado las cosas en el film y que luego aseveró en una mesa de directores organizada por The Hollywood Reporter en el 2012 que era lo peor de su filmografía. Coincido con lo que dice básicamente porque aún me cuesta entender qué quiso contar y/o decir el realizador con este film. Puedo intuir algunos propósitos: no sólo homenajear a las películas Clase B, sino también poner en crisis el típico rol de víctima de la mujer, rompiendo al mismo tiempo las expectativas con ciertos personajes y retorciendo los centros narrativos. Pero todo se queda en intenciones, en amagues dentro de una película que jamás adquiere verdadera carnadura.

Y esto sucede porque Tarantino se dedica durante casi todo el metraje a hacer foco en mujeres absolutamente banales. Si en Triple traición y Kill Bill, la venganza el cineasta había sabido darnos mujeres que inundaban totalmente la pantalla, a las que se notaba atravesadas por las distintas fases del tiempo, en A prueba de muerte nos muestra mujeres que son puro presente, en el peor sentido del término. Pasan y se van, no nos importan, son meros recipientes para diálogos y frases que se regodean en la canchereada, o cuerpos puestos a ser destrozados. Da para preguntarse qué querría o buscaría Tarantino al poner a Vanessa Ferlito a hacer un lap dance que poco tiene de sensual y que no aporta nada al relato; o qué tipo de instrucciones le dio a Tracie Thoms, quien hace una especie de versión femenina recargada de Samuel L. Jackson (un actor que en toda su carrera casi siempre repitió el papel de Tiempos violentos); o para qué puso al personaje de Mary Elizabeth Weinstead -bastante estúpido por cierto- dentro de la trama.

Y si los personajes femeninos en A prueba de muerte son absolutamente irrelevantes, más lo es Stuntman Mike, rol con el que Tarantino hasta se da el lujo de desperdiciar el talento de Kurt Russell. Estamos ante un villano que es un compendio de arbitrariedades, un personaje que no genera nada, que es apenas un disparador de secuencias violentas. En verdad, Stuntman Mike, en su superficialidad, va de la mano con el tratamiento de la violencia que aplica Tarantino en la película: acá no aparecen la caricatura, la parodia, la mirada retorcida que adquiere sentido político. Sólo está la repetición a través del montaje y la autocomplacencia.

Y a pesar de que remonta hacia sus minutos finales en base a una vigorosa persecución, A prueba de muerte es apenas un homenaje a la Clase B hecho con la plata y los recursos de la Clase A, y el film que evidencia con mayor brutalidad que, cuando Tarantino falla, queda al desnudo como un mero provocador, un niño rebelde y no mucho más. Ni siquiera enoja, a lo sumo causa indiferencia, porque es difícil indignarse con alguien que se perdió en el propio camino que trazó.

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