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Miranda


Buena


Lo que se dice y lo que se calla

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

mirandaEl título, Miranda, ya lo dice todo, es una clara declaración de principios. Pero a pesar de eso, importa –y mucho- en la obra de Ulises Puiggrós lo que no se ve ni se dice. Miranda es, desde cierta simplicidad en su texto –con mucho peso en los diálogos y hasta monólogos- y su puesta en escena –que transcurre en un solo espacio-, una pieza con unas cuantas superficies y capas de significado.

Todo empieza con la muerte –sumamente absurda, por cierto- de Don Carlos, a quien velan en su casa en San Pedro, en 1988, y la visita del personaje del título, una famosa actriz que viene a despedirse del difunto y que se encontrará de manera un tanto inesperada con el resto de la familia. Miranda no es sólo una actriz, es mucho más de lo que piensan el hijo y la esposa de Don Carlos. Rápidamente se terminarán los enigmas y el conflicto pasará a ser quién es Miranda y si los que la rodean son capaces de aceptarlo, o más bien, de hacerse cargo, no sólo de ese presente movilizador, sino también un pasado que condujo a ese presente. Allí se revelarán unas cuantas –cómodas, muy cómodas- hipocresías de un núcleo familiar que sólo es capaz de aceptar y reconocer al otro de forma oculta –lo cual implica otra forma de no aceptación y reconocimiento- o que no tiene demasiados inconvenientes en convivir con el engaño, la marginalidad o incluso el crimen, pero se horroriza ante un cuerpo distinto al que consideran normal o una sexualidad que se aparta de los esquemas heterodoxos.

A la obra que es Miranda se le podrán reprochar ciertas instancias donde redunda en explicaciones o baja línea, pero lo cierto es que esas modalidades implican asimismo una toma de posición sobre cómo hablar y/o debatir sobre temas y condiciones relacionados con la identidad o la diversidad sexual en pugna con estamentos sociales homogéneos y, principalmente, represivos. Hay un plantar bandera casi permanente en el texto, una potencia militante que puede resultar chocante pero no deja de ser válida y atrayente, especialmente cuando se permite combinarla con un humor que roza lo sórdido, con la esposa embarazada del hijo de Don Carlos como eje disruptivo e hilarante a la vez, siendo alguien que, al igual que Miranda, está con un pie adentro y otro afuera de esa familia en crisis, lo que le permite establecer una saludable distancia.

Aún así, como decíamos antes, Miranda funciona mejor en sus silencios, en lo que se intuye, en lo que no se ve pero se siente, y hasta en lo que los personajes deciden callar. En el fuera de campo donde se encuentra el difunto, en las miradas cargadas de historias previas que se dirigen los protagonistas –mayormente hacia el final-, es donde Miranda le otorga humanidad a los seres imperfectos que habitan el hogar roto donde tiene lugar el relato. Esa capacidad para otorgarles entidad –e identidad-, sin juzgarlos pero sin dejar de pedirles mejorar, es su mayor virtud y fortaleza.


Dramaturgia: Ulises Puiggrós Actúan: Lucía Romina Escobar, Tati Martínez, Ulises Puiggrós, Ana Ricciardi Voz en Off: Martin Wullich Vestuario: Catalina Motta Escenografía: Laura Pla Iluminación: Laura Pla Asistencia de dirección: Oscar Villegas Colaboración artística: Lucía Romina Escobar Dirección: Ulises Puiggrós Duración: 55 minutos Sala: Corrientes Azul (Avenida Corrientes 5965 – CABA) – Última función: sábado 30 de mayo a las 21:00.

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