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24 líneas por segundo: adiós a las armas

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

boardwalk empireTerminó Boardwalk Empire con una última temporada brillante, que capturó en sus ocho capítulos terminales el clima melancólico que siempre acompañó el relato. Boardwalk Empire fue siempre el muestrario del fin de una era -eso que Michael Mann no supo contar del todo en Enemigos públicos-, y que encontró en el personaje de Nucky Thompson su mejor síntesis: en este universo de mafiosos irredimibles, siempre estuvo latente la noción de paso del tiempo, de generaciones que se reemplazan y se anulan, de viejos códigos que se terminan y se pervierten -a lo Kitano-, por más que esos códigos hayan iluminado los bordes de la moral de una época. Hay un plano en el penúltimo capítulo en el cual un viejo y decadente Johnny Torrio queda al margen mientras los jóvenes, comandados por Lucky Luciano, celebran su triunfo: un paso generacional al que sólo sobreviven aquellos que saben sellar sus compromisos, pactar, arreglar. Este fue siempre uno de los niveles de la serie, el que centralizó argumentativamente la última temporada. En paralelo, aunque en un nivel subterráneo del relato, Boardwalk Empire fue una crónica del nacimiento de la moral estadounidense moderna: la Ley Seca y su posterior derogación, una demostración de los poderes políticos, religiosos y empresariales jugando imbricadamente y cimentando las bases de una sociedad que apuntalaba la ética mientras los vínculos interpersonales se corrompían hasta límites insospechados. Y estéticamente, Boardwalk Empire se amparó en el cine de gángsters, tanto en su faceta romántica como en su violencia explícita, típicamente scorsesiana: el suspenso y sus explosiones sanguinolentas fueron puntos memorables en la serie. Pero si por algo Boardwalk Empire merecerá ser recordada, es por su personalidad más allá de cualquier moda: nunca importaron aquí la imposición de costumbres de la era de Internet, con su tendencia al cliffhanger, algo tan habitual en las series de TV modernas, incluso las muy buenas como Breaking bad. No fue un gran suceso, ni siquiera uno de culto o intelectual a lo Mad Men. Eso no le restó nada, todo lo contrario: le permitió emprender un camino auténtico y diferente.

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