Título original: Prisoners
Origen: EE.UU.
Dirección: Denis Villeneuve
Guión: Aaron Guzikowski
Intérpretes: Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard, Melissa Leo, Paul Dano, Dylan Minnette, Zoe Borde, Erin Gerasimovich
Fotografía: Roger Deakins
Montaje: Joel Cox, Gary Roach
Música: Jóhann Jóhannsson
Duración: 153 minutos
Año: 2013
3 puntos
La familia occidental y cristiana
Por Rodrigo Seijas
Uno podría decir que el aval, la comprensión o incluso la institucionalización de la justicia por mano propia es uno de los rasgos mayúsculos de la cultura estadounidense, y no faltaría a la verdad. Pero sería una verdad a medias, porque en realidad esa postura ideológica forma parte de toda la civilización occidental, e incluso atraviesa sectores supuestamente progresistas o de izquierda. Lo que sí saben hacer mejor los yanquis es presentarla de forma más atractiva, venderla, reproducirla tanto para afuera como para adentro. La sospecha, que en su relato incorpora una visión cristiana al asunto, es un ejemplo más de cómo ese paquete indigesto se puede ofrecer con un envoltorio de prestigio.
En los primeros minutos, que desarrollan rápidamente la premisa, está lo mejor del film: el relato presenta a dos parejas, Keller y Grace Dover (Hugh Jackman y Maria Bello), y Franklin y Nancy Birch (Terrence Howard y Viola Davis), que se juntan en compañía de sus hijos para celebrar el Día de Acción de Gracias. Durante la reunión, las niñas menores de cada matrimonio salen de la casa a jugar, y terminan desapareciendo. Los padres las buscarán desesperados pero no aparecerán, con lo que la investigación quedará a cargo del detective Loki (Jake Gyllenhaal) que deberá lidiar no sólo con la dificultad del caso en sí, sino también con las presiones de Keller, quien no se pondrá ningún límite para encontrar a su hija, hasta el punto de secuestrar a un sospechoso (Paul Dano), con el único objetivo de hacerle confesar. En esos tramos iniciales, donde se va construyendo el conflicto, el director Denis Villeneuve sostiene el relato a través de una puesta en escena despojada, con abundantes planos generales o de conjunto, sin mover demasiado la cámara, apoyándose más que nada en la capacidad del elenco, donde también figuran nombres como el de Melissa Leo, como la tía del sospechoso.
Pero pronto se empieza a notar que al film lo único que le importa es el drama del personaje de Jackman y, en menor medida, el de Loki. Poco le interesa lo que le suceda a los personajes de Bello, Howard, Davis, Dano o Leo, quienes sólo figuran para accionar diversos disparadores en el guión. No, el único centro parece ser el conflicto, o la colisión moral entre Jackman, que está dispuesto a todo para traer a su hija sana y salva, y Gyllenhaal, quien siempre se ha comportado de manera profesional pero acá se ve desbordado por la situación. Ellos dos, y nada más que ellos dos: un padre y un joven investigador de la policía. Se podría entender que haya un foco dramático, pero no deja de ser llamativo cómo para la película es casi irrelevante lo que le pasa al matrimonio Howard-Davis (y a su hija), o a la esposa de Jackman: este desdén por las mujeres (que en la historia son torpes o directamente inactivas, sin capacidad de dar pelea) y por los afroamericanos (al personaje de Franklin se lo ve básicamente como un tipo sin los huevos necesarios para la situación) es una decisión ética y moral que no puede pasarse por alto.
Las decisiones estéticas de Villeneuve, que en el tramo inicial funcionaban, a medida que pasan los minutos van revelándose como improductivas e incluso cobardes, porque se van convirtiendo en vehículos para justificar las peores decisiones posibles. Si en un principio el secuestro, el apriete o la tortura eran observados con cierto resquemor, pronto las vicisitudes y presiones que atraviesan los dos personajes principales terminan otorgándoles legitimidad, de la mano de una narración tramposa que hace malabarismos tanto con el enigma policial como con las disyuntivas éticas o morales, manipulando ambas variables sin el más mínimo respeto. La sospecha es una película que se baña a sí mismo de reputación, de complejidad, de ceremoniosas referencias religiosas enmarcadas en un relato que alcanza las dos horas y media. Pero detrás de esa superficie lo único que hay es un discurso vacuo y reaccionario, horrorosamente estirado (sobran fácil sesenta minutos) donde las instituciones cristianas y familiares legitiman lo ilegal, y el castigo sólo es para los “malos” que el film elige con despótica arbitrariedad.
La sospecha es en cierto modo el opuesto ético y moral a Desapareció una noche, la ópera prima de Ben Affleck, donde había una permanente problematización de las causas y consecuencias de las acciones que se toman frente a un hecho aberrante, y las preguntas eran tan difíciles como las respuestas. En el film de Villeneuve todos los interrogantes son fáciles, y más aún las contestaciones. Hasta en el plano final son absolutamente antagónicas: aquella dejaba al espectador totalmente desestabilizado, obligado a pensar y pensarse; ésta lo deja tranquilo, sin ninguna clase de inquietud, sin la obligación de analizar nada.
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