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Supongamos que hablamos de cine

Por Daniel Cholakian

He leído casi todas las críticas que se escribieron a propósito de Néstor Kirchner: la película. En muchos casos me interesó -entre ellos la crítica de mi amigo y compañero de FANCINEMA Rodrigo Seijas- una serie de apostillas y prevenciones sobre la supuesta neutralidad política del texto publicado, o en relación con una capacidad de considerar exclusivamente lo “cinematográfico”, por sobre la coyuntura histórica en la que se inserta el film. Apelar a lecturas de sobaco de textos teóricos, para hacerle decir a los mismos cosas que no dicen, fue también un modo de agregar “objetividad” a la mirada sesgada de algunos críticos. Todo ello me sorprendió. Cuando alguien que recorre la producción y la lectura de crítica cinematográfica desde cuanto menos 30 años atrás, al encontrase con ciertos textos, violentos, cínicos, impiadosos, no duda en pensar que algo está pasando por otro lugar.

Seamos claros, muchos que han hablado de forma contundente sobre la pobreza del film desde el púlpito del saber cinematográfico, se babean con Jackass en 3D.

Obviamente lo que ocurre es que el estreno de la película nos convoca a hablar de política. Y como cierto sector parece culposo para hablar de tal cuestión, prefiere auto establecerse en el lugar del saber de la crítica de cine, para intentar replicar el discurso político. Ese error conceptual no debe cometerse. Creo que mi compañero Rodrigo usa un largo cabildeo para evitar caer en ello y, aunque su intención es honesta, también lo hace. Porque Rodrigo habla muy poco de la película en su larga nota donde además sólo apunta a lo que sin duda es lo peor de la misma: sus últimos cinco minutos. Coincido con él que construir un puente confuso entre la muerte de Mariano Ferreyra y la de Néstor Kirchner es cuanto menos un error político. A mí me parece que es apropiarse de un modo impropio de una muerte en la cual el Gobierno está de algún modo implicado. Más allá de lo que cuenta cierta leyenda sobre el impacto que esta tuvo en el ánimo del ex presidente. Y me parece casi barroco el tinte melodramático que adquiere la última secuencia. Bien, hasta acá coincidimos con el amigo Seijas. Pero son sólo cinco minutos. ¿Y el resto de la película?

Nestor Kirchner no es una gran película. Ni tiene esa pretensión.

Desde el texto que abre la película se encuentran dos condiciones claves que obligan a la mirada sobre lo que vendrá. Es una película de Jorge Devoto y Fernando Navarro, que no en vano asumen sus apodos “Topo” y “Chino” con los que son conocidos por su larga militancia política, y no un proyecto original de Paula de Luque, que fue convocada para dar forma al deseo de los productores. En segundo lugar, es una película hecha desde la militancia para dar cuenta de las claves que entienden son centrales para explicar el proceso de cambio que representó Néstor Kirchner. Si los críticos no leyeron esa presentación, que no pidan luego a la película cosas que la película no pretende poner en juego.

Partiendo por tanto desde allí, Néstor Kirchner: la película dirigida por Paula de Luque, no hace sino narrar un proceso histórico complejo (presente), que tuvo como protagonista al ex presidente, como parte de un conjunto de hombres y mujeres que se construyeron como tales en tiempos muy convulsionados (pasado) y que entendieron la participación política como un espacio irrenunciable, asumiendo el peronismo como su lugar. Esta es la condición de la película. Pretende construir la figura de un hombre que, a partir de una pasión militante que sostuvo hasta sus últimos días, llegó a la presidencia de la nación y produjo cambios trascendentes para la historia de la política nacional y regional. Para construir esta argumentación la película traza saltos temporales -del presente al pasado intentando resignificar uno con el otro-, de lo general a lo particular, construyendo ese puente entre el líder que puede atender la estrategia, pero también la necesidad de quien se cruza en su camino.

La película en todo momento es honesta en su pretensión, que está absolutamente enunciada en esa suerte de “declaración de principios” que encabeza la película, y cumple con ello.

En cuanto a lo formal, está sobrecargada de apuntes musicales que son muchas veces no sólo innecesarios sino contraproducentes, y un tono emotivo que no siempre aporta a la consistencia de la lectura de lo político. Se puede señalar que existen sí algunos momentos de edición que son arbitrarios. Pero la dialéctica del montaje, jóvenes lectores de textos teóricos, admite estos tipos de anacronismos, si lo que se pretende es “develar” un sentido real en una imagen (ver al maestro Dziga Vertov). Es por ello que es vana toda crítica a este recurso, que nunca es utilizado para falsear sentidos, sino para recrear tensiones políticas bien reales.

Apela al sentimiento y a la memoria. Del militante y del que no lo es. La película es sencilla y su propio afiche, mostrando al hombre solo y pensando, evita cualquier suposición de otra cosa.

No entiendo los motivos del brutal ensañamiento. O sí.

Tal vez sería mejor que discutamos abiertamente de política.

Ese día, diré presente, porque si escribo sobre cine no es para ir gratis a las privadas, sino para intervenir en un ámbito particular del mundo real, que es la cultura. Si hago periodismo es porque me instalé allí desde la ética de la intervención y no desde la asepsia de un supuesto saber.

Y para los que quieren el puntaje, porque no quieren leer toda la nota, les diría que le pondría un 6.


En gran cantidad de notas se reclama que no se incluyen tal o cual hecho o relación o historia, aunque bien saben que toda edición, incluso esta, es parte de un modo de intervenir sobre la realidad. Aquellos que imprimen tales reclamos pretenden que otros -en otro lugar del conflicto presente en la política nacional- asuman el discurso del crítico, hombre sabelotodo si los hay.

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