No estás en la home
Funcinema

BAFICI 2012: las crónicas fantasma (VII)

Por Daniel Cholakian

Antes de cada función en el festival, se presenta un cortometraje. Son tres los que se producen para cada edición. Estos son, de alguna manera, la presentación institucional del BAFICI. Muchos recordamos la lechuza mirando a cámara durante un minuto, en el corto realizado por Lisandro Alonso. Después de haber participado de unas cuantas ediciones, estoy pensando seriamente que, en el contexto de los cortos presentados año a año, esa pieza es digna de recordar.

Este año los realizadores elegidos fueron Ana Katz, Delfina Castanigno y Federico Veiroj. La única pregunta interesante que se me ocurre después de haberlos visto es: ¿Se podrá construir una correlación matemática entre la cantidad de veces que nos toca ver alguno de esos tres y el modo que elegimos las películas o nuestro carácter?

Por ejemplo, ¿Se puede afirmar que si en más del 50% de las funciones presenciadas proyectaron el cortometraje de Castanigno, el espectador es un cabrón y está cansado de ver cine de chicos argentinos abúlicos que caminan y hablan? ¿Cómo es el espectador que le tocó en suerte en un 70% de los casos la pieza filmada por Ana Katz?  La universidad de Ankatown podría establecer una correlación y a través de ella definir los intereses del espectador. ¿Ya adivinaron cuál fue la que más veces vio este fantasma? Obvio, el corto de Delfina Castagnino. Lo notable es que aun no lo entendí. El corto de Ana Katz solo fue proyectado en una función, y en algunas más el de Veiroj. La pregunta del millón es ¿por qué insisten con estas pequeñas piezas inocuas? ¿Hace falta? ¿Les parece lindo? Esta es, sin dudas en un rango muy menor, una de las razones por el cual el BAFICI me está cansando (y me anticipo a la última crónica)

Hablando de cortometrajes, una bella vieja pieza de un maestro como Raúl Ruiz, La maleta, se ofrece en un programa que vale la pena presenciar. Cruza entre el surrealismo originario de Luis Buñuel y el terror de Edgar Allan Poe (con un gótico sutil) y Boris Karloff y su terror científico, Ruiz arma una comedia carente de todo sentido, con mucho movimiento y un trabajo sonoro magistral, donde la estética y referencia al mudo se quiebran con un trabajo de los ruidos y sonidos que nada tiene en común con la tradición de la sonorización de las primeras décadas del cine.

Y viejos son Los viejos, o no tanto. Toda lectura a propósito del título de Martín Boulocq es compleja y requiere algo más que una vista que sobrevuela (las preguntas que cabe hacer es si los viejos en tanto tales son ajenos a los protagonistas o son viejos en tanto presos de una historia que hoy no sigue produciendo sentidos, o si los jóvenes son distintos, diferentes, olvidantes de la historia de la cual los viejos son cautivos)

El caso es que Los viejos es una bellísima historia de amor. Bellísima y autoconciente en su concepción plástica, en su impecable trabajo formal. Y una pequeña historia de amor, cobijada, escondida, ocultada por los silencios, culpas y castigos de una familia en la cual hay secretos y dolores que no pueden nombrarse. La enfermedad y el silencio del protagonista adulto no es sino síntoma de aquello de lo que no se quiere hablar. Los que se aman y se mantienen separados están sometidos a un viejo enfrentamiento instalado en el marco familiar y no hay palabra posible que sane tal cuestión. Por tanto la historia es un viaje, un camino, una espera en el marco de un espacio que además de bello está puesto en escena resaltando todo aquello que la naturaleza, en tanto espacio múltiple y cambiante, oculta. Pequeña y bella, Los viejos se va develando lentamente al espectador, para terminar con una escena donde lo vital que estaba latente, explota en una inteligente historia de amor.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.