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BAFICI 2012: luces y sombras de una presentación

Por Rodrigo Seijas

La foto de la conferencia de prensa de presentación del BAFICI que ilustra esta nota, y que también encabezaba el post correspondiente en el sitio oficial, con su particular contraste lumínico, sirve un poco como símbolo de lo que fue el evento.

Hacía un rato largo que no iba a una conferencia de prensa de presentación del BAFICI, y debo decir que, tal como señalaba Daniel Cholakian, la elección del Planetario como sede del evento, aunque de difícil acceso, no dejaba de tener ciertos aspectos originales y permitía poner en el mapa a una institución a la que nunca le viene mal la difusión y el ser nombrada en los diferentes medios.

Ahora bien, a pesar de que la conferencia había sido anunciada hacía más de una semana, en unos cuantos momentos se dejó ver bastante improvisación. En primera instancia, con la proyección de una serie de fragmentos de las películas a ser proyectadas en formato Fullodome, sin mucho sentido y orden, lo cual terminó desconcertando totalmente a los asistentes.

Luego fue el turno del discurso del ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi, a quien no le voy a criticar su particular look con camisa suelta, porque yo no soy precisamente un ejemplo de la última moda, pero sí la forma en que fue armando toda su disertación: muy desordenado, por momentos caótico, aún así consiguió verter algunos datos interesantes respecto a los avances en la logística del Festival y su expansión hacia más barrios de la ciudad. Sin embargo, esto vuelve a traer a colación la abundancia de casos en que los funcionarios lucen de todo menos preparados para determinados acontecimientos públicos, en los que improvisan permanentemente, con resultados a veces catastróficos.

A continuación tomó la posta el director del Festival, Sergio Wolf, quien lució más preparado e introdujo varios puntos de futura discusión que pretende plantear el evento cinematográfico porteño; la naturaleza e identidad del cine; las nuevas tecnologías y formatos; y los problemas para producir, financiar, estrenar y distribuir películas. También se refirió con solidez a cómo el BAFICI ha ido creciendo como albergue del cine argentino y diversas premieres mundiales, no sólo de países de la región, sino también de otras partes del mundo.

Pero fue a la hora de las preguntas por parte de la prensa que los dos funcionarios hicieron agua. Primero cuando se les preguntó por cómo se iba a compensar el cierre de las dos salas pertenecientes al complejo Atlas Santa Fe, que suman por lo menos 1000 personas: la floja respuesta fue que era un fenómeno mundial y que se habían agregado dos salas pequeñas en el Complejo Cultural San Martín (que no llegan a sumar más de 250 espectadores), mostrando hasta cierta resignación y/o desgano que explicita otra cuestión más profunda y preocupante: la ausencia de políticas por parte del Gobierno de la Ciudad para recuperar salas barriales o emblemáticas, a las que se podría potenciar como centros culturales y sociales que trasciendan lo cinematográfico, pero que quedan condenadas al abandono y la pérdida, con la sola esperanza de que aparezca algún grupo de vecinos dispuestos a torcer su destino.

La segunda ocasión fue cuando surgió la pregunta -ya a esta altura repetida hasta el hartazgo- sobre la autarquía del Festival. Allí, Lombardi se justificó en que el proyecto de ley que el Poder Ejecutivo presentó era sólo uno entre cuatro posibles y que se encontraba estancado, esperando ser aprobado y convertido en ley. Uno lo escuchaba y daba la impresión de que el que estaba hablando era el presidente de una ONG que había presentado el proyecto en la Legislatura hace apenas unos meses. Pero en realidad, a) estamos hablando de un ministro perteneciente a un Gobierno que acaba de ser reelegido de manera aplastante; b) ese Gobierno preside el Poder Ejecutivo de la Ciudad de Buenos Aires desde hace más de cuatro años; c) el partido gobernante, PRO, posee una mayoría legislativa consolidada -con algunos vaivenes a lo largo del tiempo- desde antes que fuera destituido Aníbal Ibarra; y d) ciertas tendencias medianamente progresistas de las otras fuerzas políticas con peso en la ciudad -Frente para la Victoria y Proyecto Sur, por ejemplo- permiten pensar que la única razón por la que no se aprueba una ley de autarquía es la falta de interés o decisión política.

La última pregunta problemática fue la más llamativa: dirigida a Wolf, interrogaba sobre qué aspectos o cuestiones positivas del año pasado se buscaron repetir para esta nueva edición. Esto, que era casi un centro al área chica como para que el director del Festival se explayara cómodamente sobre las virtudes de su equipo y la organización, terminó siendo una piedra en su camino.

Todo lo anteriormente mencionado no incapacita a la dirección del Festival -que ha sobrevivido toda clase de alteraciones económicas y/o políticas- o el Ministerio -encabezado por un político con el que se puede estar en desacuerdo en muchas cosas, pero que no se puede negar que ha sabido manejarse en contextos bastante complicados-, aunque sí vuelve a explicitar viejas cuestiones cuyas soluciones podrían ser bastante más factibles de lo que aparentan. Y sin embargo, continúan estorbando, porque las respuestas más simples no aparecen. ¿No viene siendo la hora de apretar aunque sea un poquito el acelerador?

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