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Capitalismo: Una historia de amor

Título original: Capitalism: A Love Story
Origen: USA
Director: Michael Moore
Reparto: Nicolas Cage, Alfred Molina, Jay Baruchel, Teresa Palmer, Monica Bellucci, Toby Kebbell
Guión:
Fotografía: Daniel Marracino, Jayme Roy
Montaje: Jessica Brunetto, Alex Meillier, Tanya Meillier, Conor O’Neill, Pablo Proenza, Todd Woody Richman, John W. Walter
Música: Jeff Gibbs
Duración: 120 minutos
Año: 2009


5 puntos


El regreso del gordo progre

Por Rodrigo Seijas

A esta altura, las virtudes y defectos de Michael Moore como cineasta son bastante conocidos, aunque no deja de llamar la atención cómo las primeras pueden mutar en los segundos, y viceversa. Es que básicamente el tipo es contradictorio: pasa rápidamente de la humildad a la soberbia intelectual, de la sagacidad para ver lo que habitualmente pasa de largo a una paisajización alarmante, del pudor a la morbosidad más extrema, de los planteos lógicos a los irresponsables, de la vocación democrática a la justificación encubierta de acciones de derecha, de la deconstrucción cuidadosa de conceptos al mero griterío improductivo.

Capitalismo: una historia de amor no deja de ser un buen resumen de su trayectoria cinematográfica. El gordo le vuelve a poner el cuerpo a un relato en extremo ambicioso, donde explora las razones de lo que él percibe como la decadencia del sistema capitalista, con la debacle de Wall Street del 2008 como punto de partida. Si en Roger y yo, ciertos momentos de Bowling for Columbine y Sicko había sabido concentrarse en ámbitos más pequeños para a partir de ahí sacar conclusiones más generales; en su nuevo filme vuelve a la tónica de Fahrenheit 9/11, con una pretensión y pulsión por trazar el estado de una sociedad que en buena parte del metraje le hace perder el hilo de los verdaderos objetivos que en un principio tuvo en mente. O sea, pareciera que nuevamente desconoce el precepto “mejor pájaro en mano que cien volando”.

Y esto no deja de ser una pena porque igual se comprueba el talento y la aguda mirada del realizador para detectar pequeñas historias que son en realidad el síntoma de algo mucho más grande: por ejemplo, cuando da a conocer la situación actual de los pilotos de líneas aéreas, que están ganando una miseria, tienen a su cargo la vida de cientos de personas y están vapuleados por la opinión pública. Con eso sólo, Moore ya tendría una gran historia a su disposición.

Pero él quiere más y por eso apunta a hacer un racconto histórico del sistema en los Estados Unidos, proponiendo también distintas miradas políticas e incluso religiosas. La dificultad se va planteando por el simplismo que va evidenciando en sus ideas, por las conclusiones apresuradas a las que va llegando, escogiendo blancos fáciles o reivindicando sin mucha reflexión conceptos como el cooperativismo, que precisan de un ajuste apropiado, ya que muchas veces funcionan en la teoría pero no en la práctica.

Es que buena parte del progresismo político estadounidense que representa Moore (y que guarda más de una coincidencia con el sector intelectual progresista argentino) se topa en muchas ocasiones con ese tipo de obstáculos: no pueden transponer armoniosamente el umbral que va de la teoría a la práctica, porque creen que con criticar determinadas concepciones y poner por los aires otras ya solucionan todos los problemas de sus sociedades. Subestiman el poder de algunos discursos y sobreestiman otros. De ahí que no extrañe que en el último tramo del filme se haga hincapié en la figura de Barack Obama como una chance de cambio en los esquemas de poder estadounidense: allí Capitalismo: una historia de amor utiliza las mismas nefastas mecánicas de Fahrenheit 9/11, pero con un mensaje esperanzador que termina sonando entre ingenuo e hipócrita.

Como habrán visto, se ha hablado poco de cine en esta crítica. Y eso sucede porque Moore es alguien que siempre pone al contenido por sobre la forma, y que incluso en la construcción de ese contenido se permite muy pocas veces el diálogo con el otro, con el que le puede llevar la contra. La tesis la tiene armada de antemano, y es capaz de todo para sostenerla.

En el fondo, donde más se percibe el aspecto formal en el cine de Moore es en sus despliegues egomaníacos. El tipo le pone la voz, el cuerpo, el rostro, porque está convencido de tener razón en todo y ni siquiera necesita justificarse, porque mostrándose frente a la cámara ya configura una justificación. Floja, arbitraria, sin mucho sustento, con algunos momentos sarcásticos saludables pero sin mucho para aportar, pero justificación al fin.

Entonces, ¿qué posee de interesante el último opus? Que deja bien en evidencia que, desde el optimismo o el pesimismo, desde la crítica o el apoyo, intelectuales como Moore terminan teniendo las mismas conductas que la derecha a la que le tiran tantos palos. Con lo cual no son “progresistas” como se autodeclaran, sino que son “progres”. Y sí, también hay muchos, demasiados “progres” en la Argentina.

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