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Sobre los empresarios implacables

Por Agustín Marangoni

La fiebre del petróleo se expande sobre la frontera de California. Estados Unidos, inicios del siglo XX. Allí se fabrican artesanalmente los engranajes de una sociedad que avanzará en línea recta hacia un neoliberalismo feroz. Concentración de capital, muerte, violencia, corrupción, mentiras, explotación (humana y de recursos). There will be blood (Petróleo sangriento, 2007) no da respiro, expone una tras otra las miserias de la ambición sin límites.

Entre los hilos de la historia van apareciendo breves genialidades de Jonny Greenwood, también conocido como El guitarrista de Radiohead. La obra solista de Greenwood siempre se caracterizó por la experimentación, su disco anterior, Bodysongs -banda sonora de la película del cineasta Simon Pummell-, recorre desde pasajes sinfónicos hasta freejazz. Para There will… prefirió adoptar un tono melancólico y decreciente, salpicado de acordes disonantes. Casi todo son cuerdas y percusión. La música no genera tensión ni está en primer plano, básicamente porque no es necesario. Greenwood se hace escuchar desde bien atrás por su propia potencia compositiva.

No interesa si Daniel Day-Lewis le aplasta la cabeza a un pastor pentecostalista sobre una pista de bowling (es memorable el “I’ve finished”), tampoco interesa si en la relación padre adoptivo-hijo afloran las actitudes más oscuras y repudiables del género humano. Greenwood desatiende lo explícito y se desliza entre las imágenes con piezas cortas y sutiles, creadas con pocos acordes. El soundtrack completo no llega a la media hora.

Las negociaciones son crueles. Están los que diseñan su Dios, están los empresarios, están los que trabajan (curiosamente algunos son también dueños de la tierra), están las mujeres y los niños, están los embusteros y los engañados. Todos estratégicamente contra todos. Para cada uno hay un momento musical, especialmente para Daniel Plainview, el petrolero implacable: una sola nota que se funde desde el silencio hasta confundirse con el rugido de los trenes que atraviesan el desierto. Greenwood habla de la soledad y la locura, del hombre enceguecido, del resentimiento. Lo presenta como un ser abandonado por sí mismo.

There will be blood puede entenderse como una historia de transformaciones; los personajes mutan, también los códigos, la economía, la sociedad y el paisaje. En paralelo, la música acompaña las intermitencias.

Ahora afuera de la película. El disco. La tapa es memorable. Plainview arrodillado a la derecha del joven pastor, a pocos segundos de recibir su bautismo y una catarata de bofetadas. De todas las escenas, la más degradante, la auto-degradación sería más exacto. El empresario dispuesto a todo, los ojos clavados en un cielo que nunca va a ver; el pastor que aprovecha su momento de venganza en una aberrante demostración de poder. Greenwood opina como narrador omnisciente y ofrece un camino distinto: el lugar privilegiado del artista. El soundtrack de There will… no es un personaje más. Es la segunda lectura de una historia brillante.

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