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Funcinema

Bafici 2010: Día 6

Por Mex Faliero

El BAFICI es así, te sentás en la sala de prensa, viene Mirtha Busnelli y te pide prestada la birome. Cómo negársela. BAFICI, edición 12, y la primera que Fancinema cubre en su historia: tomo la posta que me dejó Rodrigo Seijas y paso a narrar las crónicas diarias, un recorrido por los sucesos del día, aquellas películas que valen la pena y las que no. Que las hay las hay, y de las dos clases. Igual, sin menospreciar al cine, lo mejor del día fue un arroz con pollo y picantes comido en un restaurante peruano de la zona del Abasto, recomendación del colega Fausto Balbi (www.cineramaplus.com.ar).

Antes de entrar al cine, hablemos un poco de la organización. Si nos quejamos de las cosas que pasan en Mar del Plata, hablemos también de lo que ocurre en Capital: de las varias máquinas existentes en la sala de prensa, la mayoría no tenían Internet. ¿Word? ¿Qué es eso? Cosas para mejorar. Del resto, todo en su perfecto orden: el BAFICI es un Festival pensado estéticamente como una muestra alternativa, pero organizativamente tiene un ojo puesto en el extranjero. De hecho, concita el interés de buena parte de la intelectualidad mundial. Esto es un festival de cine: no importa tanto si las salas se llenan de bote a bote –no se llenan-, lo que interesa es lo que se puede ver en la pantalla.

Hay otras cuestiones que se discuten en el BAFICI y que tienen que ver con ciertos círculos que parecen pelear por el botín de lo que es el cine argentino. Algo que en el interior desconocemos porque el cine nacional que nos llega es aquel con destino de boletería. Convengamos que a veces el BAFICI peca de onanista y pone en el altar nombres que no resisten un análisis pasando las cinco cuadras a la redonda del Malba. Hay películas que nunca veremos en Mar del Plata, Tandil, Córdoba; pero seguramente se verán en Rotterdam. Discutir cuál es el cine argentino es algo más complejo de lo que algunos quieren hacernos ver.

En la sexta jornada, la primera para mí, el arranque fue con Lo que más quiero, de Delfina Castagnino, que en su pequeñez y ligereza fue una grata sorpresa. Alejada de la afectación habitual del denominado nuevo cine argentino, Castagnino cuenta una historia de amigas tomando prestados los tiempos de la nueva generación de cineastas argentinos pero con un oído muy preciso para los diálogos aplicados al humor: más allá de algún estiramiento innecesario, Lo que más quiero tiene al menos dos secuencias memorables. Lo malo es que una está en el comienzo, con las dos protagonistas (notables Pilar Gamboa y María Villar) charlando de espaldas a cámara con Bariloche de fondo, y luego se le hace un poco cuesta arriba mantener ese nivel de reflexión y disparate juntos.

Lo mejor del día hubo que buscarlo en la competencia internacional con el documental chileno La quemadura. El director René Ballesteros se pone a buscar a su madre, a quien no ve desde 1982, en plena dictadura de Pinochet. Lo llamativo es que tanto el ex marido como la madre de la mujer han decidido construir un pacto de silencio, manteniendo fuera de campo su existencia. Esta historia central se vincula con otra, en la que el propio Ballesteros quiere recuperar libros publicados por una editorial de los tiempos de Salvador Allende. El juego entre la memoria que representan los libros y los intentos humanos por olvidar el pasado, componen un retrato más que interesante sobre las sociedades sudamericanas durante las dictaduras. Dos situaciones son fundamentales para los resultados de La quemadura: una es el personaje de la abuela, entre siniestro y simpático en su falta de memoria tan provocada por la enfermedad como por sus propios terrores internos; lo otro es una secuencia final que conviene no adelantar, pero que es una apuesta muy riesgosa de Ballesteros y que cada uno juzgará internamente.

Recomendada en estas páginas por Daniel Cholakian, quise ver To shoot an elephant, otro documental sobre verdades reveladas, en este caso con una cámara que se mete de lleno en la Franja de Gaza para reflejar el drama que vive la comunidad palestina bajo la violenta ocupación israelí. Alberto Arce y Mohammad Rujailah no juzgan, pero sus imágenes son por demás elocuentes: ahí se está practicando un exterminio sistemático. Seguramente haya algunas imágenes de más -aunque los propios palestinos parecen sentirse cómodos en una especie de victimización constante- y otras que resultan reiterativas; sobran unos minutos. Pero To shoot an elephant tiene una potencia, a partir de su verismo, que muchos thrillers desearían tener.

El día no terminó demasiado bien: la mexicana Todo, en fin, el silencio lo ocupaba tiene todos los lugares comunes que un trabajo pedante puede tener. Con la excusa de un rodaje con Juana Inés de la Cruz como personaje central, se suceden una seria de secuencias -por llamarlas de alguna manera- en las que lo que importa es el detrás de cámaras, con el director marcando a la actriz, debatiendo el trabajo fotográfico, la postura corporal. Puro esteticismo vacuo, aburrido, solemne, innecesario, que si algo bueno tiene es que no llega a durar una hora. Ahora, si la idea de Nicolás Pereda era mostrar el hastío del actor transformado en objeto durante un rodaje y transmitírselo al espectador, lo logró. El único sentimiento capaz de provocar su película es el rechazo. Este tipo de gente, la que hace y disfruta de cosas semejantes, es la que luego acusa a Avatar de ser cine comercial.

Para primer día, suficiente; se viene cena con amigos, una de las mejores cosas que deparan los festivales: más si se sigue discutiendo de cine y comparando gustos y criterios. Que al fin de cuentas, cada festival es como un Mundial de Fútbol. Ah, este miércoles haremos lo posible por ver Somos nosotros, de Mariano Blanco, ambientada en otro triste otoño marplatense.

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