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El fin de los tiempos

No es el fin, pero…

Por Mex Faliero

Es llamativo lo que pasa con algunos directores, cuando más atractivos y retorcidos se ponen, menos los sigue la gente y la crítica se olvida rápidamente de ellos. Luego de Señales M. Night Shyamalan ha filmado una casi obra maestra como La aldea y un film tan fallido como encantador titulado La dama en el agua. Pero es innegable, el público se aburrió esperando el Sexto sentido 2 y si bien no es la intención martirizarlo ni volverlo un incomprendido, lo cierto es que le dieron poca atención a lo que tenía para decir. El estreno de El fin de los tiempos lamentablemente no hará más que alejar al público aún más, aunque en este caso sería lo más conveniente. Sin embargo es una película tan extraña como seductora y fallida, que por momentos genera confusión a la hora de intentar un análisis.

En La aldea, el autor dialogaba continuamente con la sociedad norteamericana acerca de los miedos y las reacciones al 11 de septiembre, y en La dama en el agua tiraba dardos contra la crítica, que lo había tratado mal con aquella, y se dispuso a realizar una metapelícula que era como tomar una clase magistral de guión aplicada mientras desarrollaba la aventura ante nuestros ojos.

Lo cierto es que Shyamalan parece ya no interesarle a nadie. Y el estreno de El fin de los tiempos venía a ser como el hueco reservado sólo para algunos pocos que habíamos sabido interpretar lo que nos decía. De alguna manera es como representar la profecía interminable que el mismo director ayudó a construir con sus películas, del hombre que enfrentado a un misterio logra traspasarlo para descubrir su propio lugar en el mundo. Le pasaba a Bruce Willis, a Mel Gibson, a Paul Giamatti. Y a nosotros.

La premisa del film es cautivante. Hay algo en el aire que la gente respira, por lo que muchos quedan paralizados y deciden suicidarse de la manera que puedan y encuentren a mano. No queda mucho más que huir entonces y allí va el matrimonio en crisis que interpretan Mark Wahlberg y Zooey Deschanel. La pareja en crisis, algo habitual en el cine del director indio, aquí en versión deshilachada y mal trazada.

El territorio estaba sembrado para que Shyamalan diera rienda suelta a su magnético estilo narrativo, plagado de tiempos muertos, planos secuencia notablemente construidos y una dosificación de la información con especial lucimiento del fuera de campo. Aunque aquí, tal vez por una necesidad de imprimirle un cambio a su carrera (y que corra con los tiempos del cine exhibicionista que hoy se hace), se torna especialmente explícito y nos muestra algunos suicidios con un poder visual alarmante, que dice mucho sobre la seducción que genera en nosotros la muerte. Es cierto también que la cámara de Shyamalan muestra y no muestra, no del todo decidido y retenido por su habitual y bienvenido pudor.

En esos primeros minutos Shyamalan logra su cometido, nos enfrenta a lo desconocido y pone a sus personajes en ese contexto, aunque no se los termina de conocer hasta una vez que termina el film como es habitual en su cine. El director cruza entonces una serie de referencias a Los pájaros, también a Los usurpadores de cuerposGuerra de los mundos y a mucho del cine de ciencia ficción de los años 50, pero a la vez recurre a elementos de su propio cine: El fin de los tiempos es como una mezcla de Señales La aldea.

Sin adelantar mucho para no quemar las sorpresas, el centro temático está relacionado con la naturaleza. Y de ahí algunos de los inconvenientes que comienzan a notarse en la construcción del film. Siempre en el director el conflicto retumbaba de alguna manera en lo humano. Podía haber elementos fantásticos (y si de algo se puede vanagloriar es de que siempre habló del mundo a partir de la fantasía), pero esencialmente el peligro tenía un riesgo tangible. Aquí a lo que hay que temerle realmente puede sonar terrible en el discurso oral pero es imposible de poner en imágenes. A partir de allí, el relato se le desbalancea hasta llegar un momento en que la película no provoca epidérmica ni intelectualmente ninguna sensación.

Pasa que el cine de Shayamalan, más allá de sus temáticas y de lo que trafique ideológicamente por debajo de la superficie, está construido sobre la base de la tensión y el puro clima. Y no es que uno sólo busque eso, pero es más que evidente que aquí pretende repetir ese esquema y no lo logra. Es más, termina descubriendo que la idea que motoriza su película resulta estéril para ese objetivo por lo que tiene que caer en recursos espurios para crear misterio. Es así como de vez en cuando se va de sus protagonistas para mostrar algún ataque de este asesino invisible, en una escena que se asemeja a la del et en el televisor de Señales nos muestra cómo un hombre es despedazado por un puma, construye algún personaje inentendible como el de la señora del final o muestra varios suicidios en un plano secuencia tan forzado como inútil. Todo es artificial, sin el mínimo compromiso emocional.

De esta manera, sin misterio desde lo expositivo ni tensión desde la superficie de las formas, El fin de los tiempos se termina reduciendo a un denso y pesado road movie proto-terrorífico que deja en evidencia los absurdos de siempre, pero aquí sin nada que los contenga. Y ese es el mayor problema: sus películas siempre fueron una lucha entre la tesis y la forma, donde la narración terminaba por ganarle la pulseada al discurso, que podía ser algo solemne, muy new age y excesivamente religioso. Pero aquí momentos como el de ese plano secuencia antes mencionado muestran a un director agotado en su inventiva visual que recurre a virtuosismos que demoran la narración. Apenas hay una plano manejado con maestría, aquel que realiza un paneo sobre una calle desierta y termina con la aparición de un grupo de personas ahorcadas. O aquel otro, cuando Wahlberg ya casi al borde de la desesperación, se sienta al costado de la ruta y llora desconsoladamente ante una cámara que lo mira de lejos y con tanto respeto como desazón.

Un ejemplo claro de lo mal que está contada esta historia, y de que lo que siempre se destacaba como lucidez narrativa aquí se descubre como planificación y cálculo, es una escena donde una madre habla por teléfono con su hija. Los espectadores no escuchamos lo que dice la hija, pero en cierto momento que precede a la tragedia la mujer pondrá el manos libres sólo para que podamos escuchar los gritos y ruidos, y confirmar que la piba acaba de morir. Más allá de la tensión que puede generar en un primer momento, luego comprenderemos la manipulación de esa escena y su dramatismo se demostrará falso, artificial, provocado por un guión que ante la falta de ideas anda buscando espantos de segunda mano.

Así como este, hay varios momentos arbitrarios en El fin de los tiempos. Y claro, se nos podrá decir que La dama en el agua estaba plagado de ellos también. Sin embargo había allí una necesidad de autoparodia, se trata de una película que hablaba sobre el oficio de contar historias y por tal motivo dejaba todo al descubierto. Aquí eso no ocurre.

En un interesante texto publicado en www.otroscines.com el crítico Manuel Yáñez Murillo dijo algo muy cierto y es que se trata de una película “que se disfruta más al analizarla que al verla”. Y eso ocurre porque Shyamalan es un director interesante y habilita siempre a la polémica sobre si es un gurú o un humanista desilusionado. Con ver el montón de ideas dispersas en este relato, uno intuye que el mundo de siempre está ahí dentro pero algo ha pasado que no le permitió su desarrollo. Como en La aldea, la gente se recluye ante el conflicto y se cruzan los miedos más profundos, el militarismo, la violencia, lo rural como fuente de la perversión y una mirada no del todo apacible sobre la humanidad. De hecho, debe ser este su film menos solemne y también está la mirada romántica, porque esencialmente Shyamalan es un romántico empedernido y ahí está Sexto sentido para demostrarlo.

Pero todas estas ideas al igual que los momentos de tensión de segunda mano, están todos apelotonados, incluidos de una manera torpe y deslucida, casi como una serie de comentarios obligados que tenían que estar para que el espectador dijera: “la pucha, qué mal que estamos”. Que el peor error del autor en este film es dejar demasiado al descubierto sus intenciones de sermoneador y profeta. Las conclusiones a las que llega el film no vamos a adelantarlas aquí, pero podríamos decir que mantienen la lógica del punto de vista del autor, aunque no deja conforme ni como final abierto ni como resolución del conflicto principal.

Pero atención que tampoco pronosticaremos aquí el fin de la carrera de Shyamalan como muchos han querido ver, ya que con todos los errores evidentes en esta oportunidad, su cine continúa siendo personal y autoral. Y además porque El fin de los tiempos sigue por ese camino de riesgo al que ingresó con La aldea y del que parece no estar dispuesto a separarse. Claro, cuando uno camina por el filo de una cornisa tiene dos finales posibles. Y este no fue el más feliz.

4 puntos

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