La película de Sam Mendes, el prometido plano secuencia de dos horas, no es más que una celebración de la pericia técnica por encima de la sabiduría narrativa. Puro cálculo y banalidad.
La historia de un agente infiltrado en una red criminal narco y en relación a Pablo Escobar vuelve a contarse, esta vez con Bryan Cranston del lado de los buenos.
Reversión del clásico monstruo de Mary Shelley, que piensa más a los creadores que a la criatura. Un film que luce sólo por su ambientación y vestuario.