Título original: A house of dynamite // Origen: EE.UU. // Dirección: Kathryn Bigelow // Guión: Noah Oppenheim // Intérpretes: Idris Elba, Rebecca Ferguson, Gabriel Basso, Jared Harris, Tracy Letts, Anthony Ramos, Moses Ingram, Jonah Hauer-King, Greta Lee, Jason Clarke, Malachi Beasley, Brian Tee, Kaitlyn Dever // Fotografía: Barry Ackroyd // Edición: Kirk Baxter // Música: Volker Bertelmann // Duración: 112 minutos // Año: 2025 // Plataforma: Netflix
7 puntos
LA SUMA DE TODOS LOS MIEDOS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Desde hace un rato largo, luego de la notable Vivir al límite, el cine de Kathryn Bigelow se ha convertido en una experiencia cada vez más elusiva y difícil de calificar, donde lo provocador se mezcla con lo obvio. Tanto La noche más oscura como Detroit: zona de conflicto son películas incómodas, incluso desconcertantes, con muchos pasajes polémicos y otros que caen en lo sentencioso, aunque siempre se las arreglan para ser potentes desde lo narrativo y la construcción de la puesta en escena. Una casa de dinamita quizás sea la cumbre de estas alternancias tonales y discursivas, un film al cual es incluso difícil de definir: ¿es simplemente un relato de advertencia, cuasi distópico, que presenta un escenario posible y hasta probable? ¿es un thriller político en la línea del cine norteamericano de los setenta? ¿es cine catástrofe, una especie de Roland Emmerich pero en versión más seria? ¿es un film sobre el profesionalismo? ¿o sobre el absurdo? ¿es todo lo anterior junto?
El film, escrito por Noah Oppenheim, plantea una situación similar a la de Guerra nuclear: un escenario, el libro de no ficción de la periodista Annie Jacobsen publicado el año pasado. Básicamente muestra la cronología de un hipotético primer ataque contra suelo estadounidense con armas nucleares. Son veinte minutos donde hay una primera alerta por un misil, se despliegan las armas de intercepción, esas armas fallan y a partir de ahí lo único que queda es preguntarse de dónde salió ese misil, quién lo disparó y si efectivamente el impacto sobre la ciudad a la que va dirigido tendrá las devastadoras consecuencias esperadas. Ese lapso de tiempo es reproducido tres veces en la película desde la mirada de distintos profesionales: militares, funcionarios políticos, analistas y otros agentes gubernamentales que arrancan su día como si fuera uno más, para luego darse cuenta de que están frente a una situación que nunca esperaron realmente vivir y que es la peor de las pesadillas posibles.
Quizás lo mejor de Una casa de dinamita está precisamente en esa toma de consciencia progresiva y a la vez acelerada de cada uno de los personajes de que están frente a ese escenario para el que hay listos un montón de protocolos, pero que al mismo tiempo se considera casi imposible. Y esa concepción de la imposibilidad es la que hace que muchos de los involucrados tengan que aprender (o en varios casos recordar) esos procedimientos, a los que creían inexpugnables, aunque en verdad no lo son tanto. Ahí es donde también aparece lo absurdo, casi lindante con la comedia, como en un diálogo donde al Secretario de Defensa le explican que el sistema de misiles defensivos tiene una chance de éxito del 60% y este exclama indignado “¿para esto gastamos 50 mil millones de dólares?”. Aunque da la impresión de que quizás no es el funcionario interpretado por Jared Harris el que está hablando, sino la propia Bigelow, alertándonos sobre cómo las grandes potencias (y con ellas, el mundo entero) están al borde del abismo y el holocausto nuclear.
Precisamente en las remarcaciones discursivas es donde está lo más flojo de Una casa de dinamita, en esa necesidad de subrayar cuán peligroso es el mundo en el que vivimos y cuán poco preparados estamos. Ahí la película cae en las sentencias obvias -por ejemplo, sobre la alegoría del título del film, que queda en boca del Presidente estadounidense encarnado por Idris Elba- y, paradójicamente, hasta expone un poco cómo todo lo que cuenta es algo cercano al disparate, en donde todo lo que podría salir mal, sale mal. Aunque claro, Bigelow, que es una gran narradora, se las arregla en gran parte del metraje para que cada minuto sea puro movimiento, que los cuerpos hablen más que las palabras y que no se sienta demasiado la repetición del mismo evento. Una casa de dinamita, cuando quiere, es un gran espectáculo del miedo, y es mucho más interesante desde ahí que desde su reflexión sobre nuestros más grandes temores.
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