–Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Con Dancing rainbows, por cuarta vez consecutiva con dirección de Stephen Kay y guión de Taylor Sheridan, Landman entregó quizás su capítulo más amargo y a la vez esperanzador, uno que tomó cuestiones paterno-filiales de Sins of the father y de los vínculos de pareja de Almost a home, para sintetizarlos en lo ceremonial. Lo cual no quitó que tuviera momentos claramente vinculados a la comedia e incluso a la acción. De hecho, la primera secuencia es un accidente brutal con un camión y un auto cerca de una plataforma petrolífera, situación con la que debe lidiar Rebecca (Kayla Wallace), aunque el viaje en avión que emprende es de todo menos normal, a tal punto que termina en una borrachera y en un encuentro sexual con un encantador trabajador petrolífero llamado Charlie (Guy Burnet). Pero casi todo -por más que la reunión de negocios entre Gallino (Andy Garcia) y Cami (Demi Moore) abrió una línea dramática interesante- estuvo enfocado en el funeral de la madre de Tommy (Billy Bob Thornton), al cual asistió toda su familia, y hasta sus compañeros y amigos Nathan (Colm Feore) y Dale (James Jordan). Y también Ariana (Paulina Chávez), que, tras una noche de trabajo agotadora, decidió igualmente acompañar a Cooper (Jacob Lofland), en un largo viaje que arrancó en tono de reproche, pero terminó en reconciliación, porque quizás lo que hacía falta entre ambos era que se entendieran y explicaran sus historias previas y ambiciones futuras. En esa pareja hay no solo un choque cultural, sino también de valores y hasta de concepción de lo que es un hogar, o la falta de él, pero también una fusión que se da precisamente a partir de esas diferencias, lo cual hace muy interesante al recorrido romántico que han llevado hasta ahora. Sin embargo, el mayor peso dramático se lo llevaron Tommy y su padre, TL (Sam Elliott), que prácticamente establecieron un duelo sobre la memoria de la mujer a la que acababan de enterrar. El primero recordando a una mujer carente de amor y terriblemente dañina, que con sus actitudes y modos lo llevó a irse de su casa cuando todavía era un adolescente. El segundo evocando a una figura idealizada y cautivante, un ser mágico del que no le quedó otra que enamorarse, hasta que algo la rompió. Ese algo que quebró la belleza interior de esa mujer y la transformó en un monstruo fue la pérdida de un bebé recién nacido en circunstancias entre trágicas y terribles, casi un guiño horrible del destino. Aunque, como bien le dice Tommy a su hija Ainsley (Michelle Randolph), eso no una justificación, sino solo una explicación, que se une a los recuerdos previos, que son también explicaciones fragmentadas, pedazos de una verdad incompleta. Quizás la que mejor intuye esto, además de la necesidad de Tommy de reconciliarse con su propia historia, es esa bestia sensible llamada Angela (Ali Larter), quien le tira por la cabeza la idea más loca y a la vez coherente posible. Y como Tommy acepta (a regañadientes, por supuesto), Dancing rainbows termina con este otra vez junto a TL, con el hijo invitando al padre a vivir con él, en un hogar superpoblado y en el que no faltarán problemas, pero tampoco segundas chances. Al fin y al cabo, ese es uno de los temas relevantes de una serie donde sus personajes, consciente e inconscientemente, siempre están buscando cómo redimirse de un pasado tortuoso.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente:

