–Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Muy buen arranque de temporada de Landman, que volvió a exhibir buena parte de las virtudes de su primera temporada, incluso redoblando la apuesta en esas características que más han incomodado a la crítica progresista norteamericana. Death and sunset, dirigido por Stephen Kay y escrito por Taylor Sheridan, es una muestra de que, cuando el segundo está directamente involucrado en parte del proceso creativo (en este caso, el guión), hay un salto de calidad considerable en comparación a, por caso, lo que ha desplegado hasta el momento la tercera temporada de Tulsa King. Hubo varias subtramas, todas con Tommy Norris (Billy Bob Thornton) como eje conector, que no necesariamente se conectaron, pero que supieron convivir apropiadamente. En primera instancia, todo lo referido a la toma de control de la empresa petrolera por parte de Cami Miller (Demi Moore), quien encuentra el punto de motivación exacto a partir de un cruce que tiene en un baño con dos jóvenes cazafortunas. El breve discurso que da frente a una pequeña multitud de inversores, banqueros y un largo etcétera, es seco y brutal, y muestra que es una mujer de armas tomar, algo que por ahora favorece a Tommy, aunque seguramente en el futuro no tanto. Lo cierto es que, con unos pocos minutos, Cami ya está en un lugar distinto al de la primera temporada, por más que otros actores del medio petrolero, como un empresario con el cual dialoga Tommy, todavía la consideren una “esposa trofeo”. Por otro lado, la exitosa exploración que emprende Cooper Norris (Jacob Lofland), el hijo de Tommy, augura tensiones paterno-filiales, pero quizás también en el vínculo romántico que tiene con Ariana (Paulina Chávez), quien por ahora acompaña fielmente. Ahí hay un pequeño cuento de emprendedor que funciona como una especie de precuela de la vida profesional de Tommy, pero interpelándolo en el presente. Después estuvo el proceso de admisión de Ainsley Norris (Michelle Randolph) a una nueva universidad, en buena medida acompañada por su madre Angela (Ali Larter), que fue francamente desopilante. Toda la secuencia de la entrevista con una autoridad universitaria, que la desprecia profunda y explícitamente, pero que no le queda otra que darle el aval para que ingrese a la institución, es hilarante a partir de cómo sacude todas las estanterías de la corrección política, de izquierda a derecha, arriba y abajo. La última línea dramática surgió inicialmente como una escena aislada, en donde vemos a un anciano llamado T.L., interpretado por el gran Sam Elliott, peleándose con una empleada del geriátrico donde vive porque quiere terminar de ver la puesta del sol a pesar de que ya es la hora de cenar, hasta que viene otro empleado que le comunica que se murió su esposa. Es un momento triste y melancólico, que está a contramano del resto del capítulo y que recién cobra verdadero sentido hacia el final. Antes hay una cena familiar que bordea el ridículo y en la que tanto Larter como Thornton se hacen un picnic actoral mientras vuelven a exhibir una particular química como pareja. Pero el momento de humor es interrumpido por una llamada telefónica donde le comunican a Tommy que su madre ha fallecido. Indudablemente, esta novedad llevará a un encuentro padre-hijo entre T.L. y Tommy, con repercusiones todavía enigmáticas. Además, aún no reaparecieron los personajes del narcotraficante Gallino (Andy Garcia) y la abogada Rebecca Falcone (Kayla Wallace). Es decir, hay mucha tela para cortar, pero Death and sunset fue un comienzo más que atractivo.
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