–Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Parte de los problemas de la segunda temporada de Nadie quiere esto pueden resumirse en el último plano, o más bien en el último episodio, que desde su título (When Noah met Jane), pretende homenajear a Cuando Harry conoció a Sally, aunque en realidad queda bastante lejos de ese propósito. Allí, los personajes -y en particular la pareja protagónica que conforman Joanne (Kristen Bell) y Noah (Adam Brody)- van y vienen, dan varias vueltas, hasta que finalmente toman decisiones prácticamente definitorias para sus futuros inmediatos. Pero lo hacen de forma enredada y forzada, dejando la sensación de que no se trata tanto de dilemas existenciales y vinculadas a lazos afectivos, como de la necesidad de la serie de estirar conflictos preexistentes que durante la muy buena primera temporada estaban bien planteados, pero que en esta entrega lucen algo redundantes. Gran parte del nudo conflictivo pasa, por un lado, por las dudas de Joanne de convertirse en judía y, por otro, de las dificultades de Noah para continuar con su profesión como rabino y consolidar su rol en la pareja. Sin embargo, esto ya estaba, la novedad desapareció y todo lo que sucede no parece tener que ver tanto con las dudas de los protagonistas como con las dudas de la propia serie sobre cómo seguir adelante. Lo cual es llamativo si tomamos en cuenta que es mucho más interesante lo que sucede con los desencuentros que están más conectados con la falta de conocimiento entre ambos o lo que no hablan entre sí. De hecho, uno de los momentos más potentes es el cierre del séptimo capítulo, When you know, you know, donde ambos se callan lo que deberían decirse. Algo parecido puede decirse de la creciente y a la vez paulatina crisis que atraviesan otra pareja, la de Esther (Jackie Tohn) y Sasha (Timothy Simons), el hermano de Noah, aunque es cierto que hay allí hay un trabajo más aceitado en la desconexión que se revelando entre ellos. Aunque la peor subtrama es la del romance de Morgan (Justine Lupe) con su psicólogo (Arian Moayed), que no solo es incómoda -y apenas si se abordan sus implicancias éticas-, sino también antojadiza, que solo cobra real sentido hacia el final de la temporada, en la que Morgan se hace cargo de las inseguridades propias que permitieron y prolongaron esa relación. Sí es cierto que Nadie quiere esto mantiene su capacidad para recuperar rasgos de esa comedia urbana y neurótica que es parte de una bella tradición del cine norteamericano. Pero también que la serie se dispersa demasiado y hasta desperdicia las virtudes actorales de figuras como Seth Rogen -que tiene un papel algo ingrato y sin mucho lucimiento-, mientras relega a personajes como Bina (Tovah Feldshuh), la madre de Noah. La creación de Erin Foster todavía tiene chances de recuperar el rumbo de cara a una tercera temporada ya confirmada, pero para eso debe tener más claro qué contar, concentrarse más en el romance y menos en la necesidad de delinear conflictos porque sí, a los apurones y de relleno. Ojalá que su propuesta no se haya agotado en los logros de la primera entrega.
-La segunda temporada de Nadie quiere esto está disponible en Netflix. Ya está confirmada una tercera temporada.
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