Título original: Fixed // Origen: EE.UU. / Brasil // Dirección: Genndy Tartakovsky // Guión: Genndy Tartakovsky, Jon Vitti // Voces: Adam Devine, Idris Elba, Kathryn Hahn, Fred Armisen, Bobby Moynihan, Beck Bennett, Michelle Buteau, River Gallo, Scott Weil, Aaron LaPlante, Julie Nathanson, Michelle Ruff, Kari Wahlgren, Grey DeLisle, Daran Norris, Jon Bailey, Fred Tatasciore, Frank Todaro // Diseño de producción: Scott Wills // Edición: Mark Yeager // Música: Tyler Bates, Joanne Higginbottom // Duración: 87 minutos // Año: 2025 // Plataforma: Netflix
7 puntos
DEJAR IR A LOS TESTÍCULOS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Genndy Tartakovsky fue el creador de series bastante disruptivas como El laboratorio de Dexter y Samurai Jack, pero eso no se notaba tanto en los largometrajes que dirigió, que fueron las tres primeras entregas de Hotel Transylvania, comedias amables y casi inofensivas. Es con Despelote, producción de Sony Animation que se terminó estrenando en Netflix, que Tartakovsky se muestra más suelto y decidido tanto estética como narrativamente, incluso a pesar de sus desniveles. Hay en la película una apuesta por el caos, la diversión y hasta la incorrección política que la colocan en un lugar distinto y saludable, incluso provocador en un sentido más profundo y potente que el habitual de estos tiempos.
Convengamos que el film va de menor a mayor, como si se fuera animando progresivamente a quebrar las expectativas y explorar ideas de todo tipo, que van más allá del planteo inicial. Al principio hay un despliegue de humor escatológico y sexual algo predecible, de la mano de la historia de Bull (voz de Adam Devine), un perro que está todo el tiempo alzado y enamorado perdidamente de la perra de exhibición que vive al lado de su hogar. Su cómoda existencia, marcada por el ocio, el apetito sexual, las amistades y rivalidades con otras mascotas del barrio y los mimos de su familia de humanos, es súbitamente alterada cuando se entera de que lo van a castrar. Como ese evento luce tan inmediato como inevitable, Bull decide emprender una última aventura con su pandilla de amigos perrunos, por lo que las 24 horas siguientes serán una sucesión de situaciones cada vez más estrambóticas.
En esa progresión de una secuencia más alocada y retorcida que la otra es que Despelote encuentra su mayor mérito: la película va dejando atrás los lugares comunes sobre las rutinas y comportamientos perrunos en clave adolescente, para adentrarse en una verdadera aventura de exploración y aprendizaje, tanto para el protagonista como para los espectadores. Eso comienza a ser notorio en una escena que es prácticamente de quiebre, donde Bull y sus amigos se enfrentan a un grupo de gatos cuyos maullidos son literalmente hipnóticos: allí la animación se convierte en el vehículo audiovisual perfecto para crear atmósferas cautivantes e hilarantes, en las que un chiste es estirado y reconfigurado de forma notablemente estimulante. A partir de ahí, el film va encadenando invención tras invención, con un estilo visual clásico y al mismo tiempo muy expresivo, en el que el juego con las formas es clave para generar una diversidad de sentidos.
Lo sexual es abordado en Despelote más allá del chiste guarro superficial, aunque eso no signifique que reniegue de esa clase de humor. Pero sí hay una vuelta de tuerca adicional en el sentido de que la sexualidad es también un vehículo para el aprendizaje y descubrimiento tanto de Bull como sus amigos. Hacia el final, a la par del humor ácido y físico, hay también un tono algo amargo, o por lo menos de resignación ante una etapa que inevitablemente se termina. En el fondo, Despelote es una historia de crecimiento sobre un joven al que no le queda otra que soltar y dejar ir, para así poder vivir nuevas experiencias. Aunque ese soltar implique dejar ir los queridos y entrañables testículos.
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