
Título original: Quand vient l’automne // Origen: Francia // Dirección: François Ozon // Guión: François Ozon, Philippe Piazzo // Intérpretes: Hélène Vincent, Michelle Giraud, Josiane Balasko, Ludivine Sagnier, Pierre Lottin, Garlan Erlos, Sophie Guillemin, Malik Zidi, Paul Beaurepaire, Sidiki Bakaba, Pierre Le Coz, Michel Masiero, Vincent Colombe, Marie-Laurence Tartas, Adam O-H // Fotografía: Jérôme Alméras // Montaje: Anita Roth // Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine // Duración: 104 minutos // Año: 2024 //
7 puntos
LA CALMA COMO ESPEJISMO
Por Guillermo Colantonio
Lo primero que hace Ozon es pintar un cuadro idílico. Michelle es una abuela jubilada que vive tranquilamente en un pequeño pueblo de Borgoña, Francia, donde dedica la mayor parte de su tiempo a cuidar la huerta, leer y cocinar. Tiene como amiga a Marie-Claude, cuyo hijo, Vincent, está a punto de salir de la cárcel. El Día de Todos los Santos, Michelle recibe la visita de su hija Valérie y de su pequeño nieto Lucas. Del mismo modo en que un cielo despejado se cubre poco a poco de nubarrones, el luminoso paisaje de la película comienza a ser invadido por una sombría trama familiar. Ozon -que sabe que no es Chabrol, maestro en esta tradición de diseccionar hogares burgueses- nunca pierde la elegancia ni se deja llevar por la misantropía. Por el contrario, se las ingenia para sostener la tensión a partir de una amenaza latente, en un ambiente cargado de secretos, dudas sobre la naturaleza humana, dilemas morales y prejuicios.
Como suele ocurrir en las películas del realizador, el núcleo hogareño es un hábitat inestable: basta que se active un gesto, una palabra o una insinuación para que los endebles andamios que lo sostienen se vengan abajo. La confusión con unas setas elegidas para una cena -que provoca la internación de Valérie- derrama la última gota de rencor hacia la madre, alimentado por un pasado que conviene no revelar y que el espectador irá reconstruyendo a partir de la diseminación de indicios narrativos. A ello se suma un incidente decisivo en el que intervendrá el hijo de Marie-Claude.
Por momentos, la acumulación de situaciones adversas hace temer lo peor; sin embargo, todo parece fluir con orden, porque nunca se pierde de vista el carácter humano de los personajes, con sus imperfecciones. Así, la película -de corte crepuscular y sagazmente engañosa- exhibe siempre una doble cara: un híbrido que combina drama doméstico, dosis de comedia y un sólido manejo del suspenso. En sintonía con la estación evocada en su título, la belleza del espacio se asocia de manera inevitable a un sentimiento de pérdida.
Cuando cae el otoño es una película sobre vínculos, reclamos y aceptaciones. Las relaciones entre madres e hijos, entre abuela y nieto, y entre amigas se sostienen en códigos que, lejos de ser férreos, deben pensarse y (re)construirse de manera permanente. En este juego, quienes más años tienen parecen las más sólidas. Tanto Michelle como Marie-Claude están curtidas por la vida y muy lejos de asumirse como ancianas pasivas. El problema es que ambas deben lidiar con la mirada escrutadora de la comunidad y de los suyos (en una de las primeras escenas, una parábola pronunciada por el cura del lugar funciona como epígrafe al respecto).
En uno de los pasajes, Michelle lee una novela de Ruth Rendell, un guiño interesante si se considera que los aires del policial se respiran también más allá del bisturí aplicado sobre la familia. Un hecho puntual que involucra a Vincent y a Valérie se suma a la cadena de dudas que la trama incorpora, aunque no deja de ser una maniobra de distracción para habilitar la otra historia: la que fusiona belleza y oscuridad. El último plano es elocuente.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente: