
MEJOR SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO
Por Mex Faliero
Hace unos días se estrenó Elio, la última película de Pixar, que hablaba de la vida en la Tierra y el espacio exterior, de la sensación de orfandad de su protagonista y del intento de darle una respuesta a esa pregunta básica de la ciencia y -teniendo en cuenta el cine y la literatura- la ciencia ficción: ¿estamos solos? La película logró ponernos melancólicos y un poco tristes, pero también nos llevó a pensar en otras experiencia similares en la gran pantalla. Y claro que nos acordamos de ET y de Encuentros cercanos del tercer tipo, entre las que intentaron generar un lazo con la galaxia sin estar al salto de una posible agresión. Después también pensamos acerca de cómo la vida extraterrestre tenía en el cine y la televisión del Siglo XX un tono más especulativo, incluso curioso, que lo que parece ser este Siglo XXI, donde el avance tecnológico ha vuelto indolente cualquier estímulo y las redes sociales han apostado al ombligo como principal órgano a desarrollar. Por lo tanto ya no importa si hay vida en el espacio tanto como importan las miles de publicaciones narcisistas que vemos a diario. La pregunta entonces es qué pasaba en esa brecha entre el final del siglo pasado y el presente, en esos años donde la ingenuidad comenzaba a tropezarse con el cinismo. ¿Seguían siendo los extraterrestres un elemento de curiosidad?
Los 90’s, una década que redescubrió el encanto del cine catástrofe al influjo de las imágenes generadas por computadoras, tuvo a Día de la Independencia como principal ejemplo del subgénero extraterrestre. Y si pensamos que esa película reinstaló en el abismo del siglo el interés en el cosmos, un ejemplo posible puede ser la parodia kitsch burtoniana ¡Marcianos al ataque! Otro puede ser Mi marciano favorito que, hacia 1999, Disney trajo a las pantallas como signo de otro mal de aquellos tiempos, las remakes de viejas series (bueno, también tuvimos El fugitivo, que fue una pequeña obra maestra). La original, una sitcom de los años 60’s, era una de las tantas comedias televisivas que se convirtieron en éxito en una época donde el humor y la televisión se llevaban de maravillas. Por lo tanto, alguien en Disney habrá visto con buenos ojos retomar la historia del marciano bonachón que le hace las mil y una a su amigo terrestre. Hay algunas decisiones más que lógicas: detrás de cámaras Donald Petrie, que había dirigido Dos viejos gruñones, una comedia que trabajaba con mediano éxito (y dos glorias como Jack Lemmon y Walter Matthau) la idea de pareja despareja. En el protagónico Jeff Daniels, que gozaba las mieles del éxito de la comedia Tonto y retonto, y Christopher Lloyd, que sumaba otro personaje estrafalario a su carrera. Incluso ya le había dado vida a otro ícono de la sitcom de los 60’s, como el Tío Cosa en las versiones cinematográficas de Los locos Addams. También sumaba un cameo muy divertido (tal vez lo más divertido de la película) de Ray Walston, el marciano original. Y Michael Lerner como director de un noticiero televisivo parecía otra buena idea.
Con todo esto (y hay que sumar a Daryl Hannah como la chica buena, a Elizabeth Hurley como la chica mala y a Wallace Shawn como villano caricaturesco) Mi marciano favorito ni logra ser una aceptable comedia familiar. Más bien todo lo contrario. Hija un poco de esas comedias noventosas que adaptaban viejos conceptos engolosinándose con las nuevas tecnologías, como Flubber o Doctor Doolitle, la de Petrie es un mamarracho colorinche lleno de efectos digitales paupérrimos incluso vistos a los ojos de hace tres décadas, especialmente un traje espacial con vida propia que intenta ser comic relief y no hace reír a nadie. Mi marciano favorito es por lo tanto una experiencia bastante tortuosa, que ni siquiera amaga con ensayar una suerte de reflexión sobre lo que estamos viendo. Tenemos a un marciano que cae en la Tierra y se cruza con un perdedor bastante solitario, pero esa relación nunca traspasa los límites de la comedia de astracanada. En determinado momento los personajes van a distanciarse, y no hay emoción. Nada, no pasa nada, aunque pasa, porque la película no para de moverse, sin ton ni son, de aquí para allá. Lo único realmente divertido (además de la escena en la que un auto sale por un inodoro) son algunos chistes sexuales que, primero, hacen pensar cuál era el verdadero target al que apuntaba esta película: si los padres que habían visto la serie en su infancia o los hijos de esos padres; y segundo, cómo Disney se permitía estas cosas no hace mucho tiempo atrás.
De todos modos Mi marciano favorito no deja de verse como tantas otras películas fallidas de esos últimos años del siglo pasado, algunas de las cuales fueron mencionadas más arriba, y que en cierta medida demuestran cierta libertad que se respiraba todavía en la industria. Eran películas malas, pero chillonas, ruidosas, un poco alegres, disparatadas e incorrectas; en contrapartida con el cine malo, pero circunspecto del presente. Con lo cual nos lleva de nuevo a la pregunta de origen de este texto, aquel de la respuesta a esa duda de la ciencia y la ciencia ficción de si estamos solos en el universo. Con películas como Mi marciano favorito sólo resta responder con una suerte de referencia a un clásico de los 80’s: mejor solo que mal acompañado.
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