
Título original: F1: The Movie // Origen: EE.UU. // Dirección: Joseph Kosinski // Guión: Ehren Kruger // Intérpretes: Brad Pitt, Damson Idris, Javier Bardem, Kerry Condon, Tobias Menzies, Kim Bodnia, Sarah Niles, Will Merrick, Joseph Balderrama, Abdul Salis, Callie Cooke, Samson Kayo, Simon Kunz, Liz Kingsman, Fernando Alonso, Lewis Hamilton, Max Verstappen // Fotografía: Claudio Miranda // Edición: Stephen Mirrione, Patrick J. Smith // Música: Hans Zimmer // Duración: 155 minutos // Año: 2025
8 puntos
SONNY «MAVERICK» HAYES
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Ya lo dijo en sus redes Mex Faliero, pero me permito robarle un poco: Brad Pitt parece querer tomar el legado de Tom Cruise -que comenzó con las últimas entregas de Misión: Imposible y se consolidó con Top Gun: Maverick– y convertirse en otro estandarte de la experiencia cinematográfica, poniéndole el cuerpo a la acción. Y no está mal, todo lo contrario: necesitamos grandes estrellas que sigan luchando para que los espectadores salgan de sus hogares y acudan a las salas. Pero F1: la película muestra algo más que une a ambos actores además de sus intenciones y es la presencia detrás de cámaras de un director que les permite aspirar a convertirse en gladiadores de un tipo de cine clásico y moderno a la vez. Estamos hablando de Joseph Kosinski, un realizador que había arrancado su carrera con dos películas marcadas por la frialdad, como Tron: el legado y Oblivion: el tiempo del olvido, pero que, a partir de la notable -y tristísima- Sólo los valientes ha ido encontrando, con sus vaivenes, una sensibilidad narrativa y estética donde la construcción de los personajes se impone al diseño audiovisual, por más que este sea imponente.
Debo decir que no soy un gran fan de Top Gun: Maverick, pero debo reconocerle su tono humano y directo, alejado de la corriente dominante del mainstream contemporáneo, preocupada mayormente por mostrarse canchera o solemne, o ambas cosas a la vez. Kosinski se preocupaba ahí por construir una experiencia sensorial avasallante, donde el sonido y la amplitud de los planos jugaban un papel decisivo junto a la acrobacias visuales ejecutadas por Cruise, pero era indudable que lo principal era el recorrido afectivo y moral de Maverick, de ese tipo cuyas actitudes y ética de trabajo iban a contramano de su contexto. En F1: la película vuelve a pasar lo mismo en casi todo sentido: de hecho, se puede pensar a Sonny Hayes, el piloto interpretado por Pitt, como un pariente de Maverick. Él también es un sujeto marginal y marginado, alguien con habilidades innegables pero cuyas decisiones a lo largo de la vida lo fueron dejando en una posición compleja, de la que parece casi imposible que pueda salir. Hasta que de repente, casi como milagroso meteorito, le llega a este veterano al borde del retiro la chance de volver a la Fórmula 1, como parte de un equipo que viene en una racha perdedora casi terminal y que también necesita de uno o varios milagros para recuperarse.
A partir de ahí, lo que cuenta F1: la película es una conjunción de buena parte de los lugares comunes del género deportivo: la historia de una progresiva redención, con altas y bajas, donde el protagonista que fue una decepción encuentra la oportunidad precisa para arrastrar a otro grupo de gente que empezaban a sentirse como los eternos relegados en la competencia a una victoria tan puntual como improbable. Es la épica de los perdedores que trabajan para revertir su situación, pero que igual les sorprende la posibilidad de la victoria porque no pueden creer del todo que sean capaces de superarse a sí mismos. Dentro de ese paraguas narrativo, otras subtramas que no son ninguna novedad: el choque entre Hayes y su compañero en la pista, Joshua Pearce (Damson Idris), un novato con mucho talento que oculta sus inseguridades detrás de una máscara de soberbia; el vínculo profesional y romántico con Kate (Kerry Condón), la jefa del equipo, una mujer de buen corazón y furiosamente aferrada a su noción de profesionalismo; y hasta la intriga corporativa, con Javier Bardem como Ruben, un amigo de Hayes y ex piloto devenido en empresario con un rol central.
Kosinski narra todo esto con una convicción y un cariño casi entrañables, incluso fuera de época, respetando a rajatabla buena parte de las tradiciones más potentes del género deportivo. F1: la película está hecha de muchos momentos, actitudes y frases que definen a los personajes, de qué están hechos y lo que quieren para el mundo que habitan con un par de pinceladas: por ejemplo, un diálogo entre Sonny y Hayes donde este se despoja de su máscara y le expone todas sus fragilidades; un momento donde Ruben le dice con amargura a Sonny que ambos son unos románticos empedernidos; o la significación que adquiere la palabra “combate” para definir tanto un método como una ética de trabajo. Y que en un punto representa buena parte de la identidad de un film que maneja superficies visuales y sonoras que son puro glamour, pero también otras grasosas y ásperas, porque al fin y al cabo es un relato de profesionales que siempre están al límite, en todos los sentidos posibles.
En ese estar siempre al límite, con el acelerador a fondo, F1: la película se permite encontrar esas instancias de pausa y reflexión indispensables que les sirven para terminar de definir un mundo con reglas propias. Y ahí es donde delinea también una poética propia, que está hecha de encontrar la belleza dentro del movimiento y la velocidad, esos instantes vibrantes e inspiradores que capturan por completo la atención del espectador. F1: la película logra lo que le pedimos a todas las películas deportivas -tensionarnos, emocionarnos, hacernos sentir que entendemos todo lo que pasa por más que no sea necesariamente sea así- y hasta un poco más: confirmarnos que el cine y el deporte, cada uno desde su lugar, construyen épicas complementarias.
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1 comentario en «F1: la película»