
OTRO TIEMPO…OTRO LUGAR
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Según contaba Walter Hill, los orígenes de Calles de fuego surgieron de su deseo de hacer lo que pensaba que era la película perfecta cuando era adolescente y de poner todos los elementos que él consideraba geniales y por los que tenía afecto: autos de colección, besos en la lluvia, carteles de neón, trenes en la noche, persecuciones a alta velocidad, peleas a puño limpio, estrellas de rock, motocicletas, bromas en situaciones difíciles, chaquetas de cuero y cuestiones de honor. Pues bien, en Calles de fuego se encuentra ese listado casi de forma enciclopédica, pero a la vez como un tornado, desperdigados esos componentes en cada fotograma, con una vitalidad -no exenta de imperfecciones- que no se halla en el cine del presente ni tampoco en las últimas obras del cineasta.
Ya el arranque de Calles de fuego muestra la determinación de Hill, que dos años antes había cosechado un gran éxito con 48 horas y que indudablemente estaba en condiciones de hacer lo que se le cantaba. Es, posiblemente, uno de los mejores comienzos de la historia del cine, un ejemplo de cómo capturar la atención del espectador sin explicarle nada; de cómo desplegar el conflicto inicial con un par de gestos y planos; y hasta de cómo filmar un recital de rock, para desde ahí construir lo que es, entre otras cosas, un musical. Ahí tenemos entonces la presentación de la estrella de rock, Ellen Aim, interpretada por una jovencísima Diane Lane, que ya ahí demostraba que era puro carisma, puro glamour, alguien que estaba destinada y merecía ser una estrella del cine en todos los sentidos posibles, cantando un temazo como es Nowhere fast. Y el arribo del villano, Raven, el líder de una pandilla de motociclistas encarnado por Willem Dafoe, a quien la puesta en escena nos lo dejaba ver, poco a poco, saliendo de entre las sombras, pero a quien enseguida podíamos intuir como temible y obsesivo solo con su mirada. Inmediatamente después, veríamos el secuestro de Ellen por parte de Raven, lo que establecería un lazo casi automático con ciertas historias propias del western. Esos primeros minutos dan ganas de quedarse para siempre en ese mundo, en esa fábula del rock and roll de otro tiempo y otro lugar que busca ser la película de forma explícita.
Más aún porque Hill no nos daría respiro, porque nos tocaría conocer al héroe de la historia, Tom Cody (Michael Paré), un mercenario que es convocado por su hermana para rescatar a Ellen, que había sido su antigua novia. Cody, una mezcla de soldado y vaquero del Oeste, solo contará como aliados con Billy Fish (Rick Moranis), el representante y actual pareja de Ellen, que lo terminará ayudando a regañadientes; y con McCoy (Amy Madigan), otra mercenaria que se sumará voluntariamente a la aventura, en busca de dinero para sobrevivir. Lo que vendría a continuación es simple: una operación de rescate arriesgada y ejecutada con bastante inconsciencia, pero también astucia; desencuentros personales y románticos; y una pelea final entre el héroe y el villano, bastante física y brutal, donde prevalecería la lógica para una historia como esta. En ese núcleo narrativo es donde la simplicidad de Calles de fuego deja también explícitas sus imperfecciones: hay diálogos un tanto esquemáticos, momentos un poco arbitrarios y a Moranis se lo ve un poco incómodo en un papel algo ingrato, producto en buena medida de la sumatoria de elementos que es la película.
Pero esos desniveles se ven compensados con una secuencia final que funciona como espejo de la inicial, con otra gran interpretación de Ellen y otro temazo, Tonight is what it means to be young. Es una secuencia de despedida, melancólica y épica a la vez, que mostraba a un cineasta capaz de ordenar sus ideas visuales para clausurar un relato de la mejor manera posible. Ahí es donde volvía a surgir ese deseo de quedarse en ese universo simple, de buenos y malos, de sensaciones extremas y de rock and roll a flor de piel. Calles de fuego nos dejaba con ganas de más, porque su vitalidad era casi infinita. Su rotundo e injusto fracaso en la taquilla se haría aún más doloroso con el paso del tiempo, porque fue también la cima de la vitalidad de Hill, que haría varias películas interesantes más, pero nunca volvería a ser tan joven.
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