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Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma (1999)



ADULTEZ MATA FANTASÍA

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Cuando se estrenó Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma, tenía quince años y hacía poco que había visto la trilogía inicial de La guerra de las galaxias. Sin embargo, el universo creado por George Lucas ya me había cautivado con su mixtura de estéticas, géneros y tradiciones unidos en un sistema que se las arreglaba para lucir como algo único y nuevo. Por eso, la expectativa que me generaba el arranque de una nueva trilogía era, obviamente, totalmente desproporcionada e irrealista, al igual que la de cualquier fan. Incluso una ligera decepción era, muy posiblemente, inevitable. Sin embargo, Lucas se propuso alcanzar ese horizonte, el de volver a crear un nuevo acontecimiento inolvidable, aunque terminó eligiendo el peor camino posible, uno que, en su ambición, fue en buena medida autodestructivo.

El problema haya sido quizás que Lucas quería mostrar que ya era adulto y que por ende podía trasladar esa adultez al plano temático y formal. Pero claro, una cosa es la adultez y otra la madurez: a menudo, la primera es más una expresión de culpa y miedo que la evolución en la mirada que supone la segunda. Por eso es que Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma es una película adulta en el peor sentido posible: burocrática y explicativa hasta el hartazgo, con una trama donde la aventura queda relegada por disputas comerciales que suenan totalmente abstractas. Y también un tanto culposa del pasado, como si quisiera demostrar que La Guerra de las Galaxias podía ser algo serio, importante, trascendente, porque lo que se había visto antes era muy infantil o a lo sumo adolescente. Entonces lo que entregaba era una de Star Wars para los que no les gustaba Star Wars.

El resultado no podía ser otro que un film que no le gustó a nadie o que por lo menos dejó una gran dosis de insatisfacción. Es llamativo que Lucas no se haya dado cuenta de que tanta impostación y solemnidad no iba a llevar a la película por carriles óptimos, pero, nuevamente, eso formaba parte de esa mirada “adulta” que quería imprimirle a la narración. Eso se nota incluso cuando quiere forzar pasajes de humor infantil, con ese personaje llamado Jar Jar Binks, que era una concesión en sí mismo, una especie de declaración de que, bueno, los fans podían tener su dosis de comicidad física. Pero todo era estructurado y mecánico, lo cual se trasladaba al que debía ser el protagonista, o por lo menos el centro narrativo: el niño Anakin era un sujeto con el cual era muy difícil empatizar, por más que atravesara un arco dramático complejo, que incluía el alejamiento de su madre.

De ahí que Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma sea a lo sumo una suma de aciertos aislados. Ahí está ese personaje intrigante que es Darth Maul (un perfecto Ray Park), del que solo conocemos sus habilidades extremas. O un momento impactante y de gran tensión, que es el enfrentamiento entre el villano mencionado y los Jedi Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn, que se permite subvertir reglas de combate y que aprovecha al máximo la maestría de la banda sonora de John Williams. Pero son a lo sumo chispazos de lucidez, que nos recuerdan que en los setenta Lucas supo entender -y hasta anticiparse- a un público masivo, antes de rendirse a la autoimportancia y la cita vacía a finales de los noventa. Pero claro, Lucas después se había refugiado en el rol de creador y productor, y su regreso a la realización demostraba, tristemente, que había sido una decisión acertada. Después las cosas mejorarían con El ataque de los clones -un compendio de capas de sentido desparejo y estimulante- y La venganza del Sith -que se zambullía con decisión en la tragedia y se imponía a sus propias fallas-, pero este arranque con el pie izquierdo no sería del todo revertido. Algo se había perdido en el camino y, a Lucas, el paso de los años no lo habían hecho madurar, sino envejecer.


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