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Bob Marley: la leyenda

Título original: Bob Marley: One Love
Origen: EE.UU. 
Dirección: Reinaldo Marcus Green
Guión: Terence Winter, Frank E. Flowers, Zach Baylin, Reinaldo Marcus Green
Intérpretes: Kingsley Ben-Adir, Lashana Lynch, James Norton, Tosin Cole, Umi Myers, Anthony Welsh, Nia Ashi, Aston Barrett Jr., Naomi Cowan, Michael Gandolfini, Quan-Dajai Henriques
Fotografía: Robert Elswit
Montaje: Nick Houy, Pamela Martin
Música: Kris Bowers
Duración: 114 minutos
Año: 2024


5 puntos


UN BIOPIC A REGLAMENTO

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Hay un par de dilemas que afrontan todos los biopics y que, dependiendo de cómo lo resuelven, los lleva a ser relevantes o totalmente prescindibles: el primero es elegir qué elementos son importantes en la vida de un personaje; y el segundo es cómo destacarlos desde su estructura narrativa y su aproximación estética. Bob Marley: la leyenda parece resolver medianamente la primera parte, pero le queda lejísimo la segunda, por lo que tiene poco para aportar al análisis de la vida y logros del legendario cantante. Y eso que entre los guionistas figura alguien como Terence Winter, con créditos notables como la serie Boardwalk Empire y El lobo de Wall Street.

El film de Reinaldo Marcus Green -que venía de hacer una película efectiva, aunque muy explícita en sus manipulaciones, como era Rey Richard: una familia ganadora– toma como punto de partida un momento bastante puntual en la vida de Bob Marley. Con su país de origen, Jamaica, al borde de la guerra civil por las disputas políticas, el legendario cantante planea dar un concierto que sirva como factor de unión entre las partes enfrentadas, aunque esos planes prueban ser extremadamente desafiantes. Esa etapa donde Marley se interroga a sí mismo sobre su verdadera influencia y poder como figura cultural es atravesada también por el proceso de la creación de Exodus, su álbum más emblemático y exitoso, además de una gira por Europa y Estados Unidos. En el medio, su situación personal y afectiva también entra en una encrucijada, a partir de cómo colisiona con su vida pública.

Si bien todos los biopics tratan de acomodar sus respectivas historias para el lado que les conviene, en Bob Marley: la leyenda se nota demasiado que la familia de Marley está involucrada en la producción y que hay bastante miedo a decir algo mínimamente incorrecto. Por eso hay una idealización sumamente simplista de los motivos y logros de Marley, con menciones casi al pasar de sus infidelidades (con hijos extramatrimoniales incluidos), sus contradicciones ideológicas -lógicas, por cierto, como en todo ser humano- y los problemas con su entorno. Pero hay, además, una enumeración casi administrativa de los eventos que se van sucediendo, como si el film creyera que alcanzara con la fascinación que ejerce el personaje sobre el que hace foco y la interpretación casi mimética de Kingsley Ben-Adir. Eso resta, particularmente, cuando la película amaga con examinar el proceso creativo de Marley, que nunca queda claro y parece estar solo para remarcar la masividad que alcanzó.

En Bob Marley: la leyenda surge un problema similar al de Bohemian Rhapsody: la voluntad por complacer al público objetivo la hace aferrarse en extremo a los datos históricos y le cuesta una enormidad indagar en cuestiones más complejas o polémicas. Por eso el film es un verdadero “grandes éxitos”, en todo sentido, lo cual incluye a la banda sonora, que trata de meter todas las canciones famosas de Marley en el metraje, a tal punto que mete tres temas en sus primeros cinco minutos. Y, cuando quiere analizar cuestiones vinculadas a la traumática infancia de Marley, la ausencia de una figura paterna y lo que representaba Jamaica en su vida, cae en metáforas simplistas, dignas de un spot publicitario y no del cine.

Si Marley fue una figura que en muchos aspectos fue a contramano de las convenciones, pero que también supo jugar con las reglas del capitalismo y el sistema occidental, componiendo himnos de paz y choque con la misma pasión, Bob Marley: la leyenda elige quedarse con todo lo que puede verse en el póster más obvio. Y encima lo hace sin pasión, con un llamativo esquematismo en la representación no solo del protagonista, sino de todo el mundo que habitaba. Por eso no extraña que prevalezca la sensación de que era preferible quedarse escuchando Exodus y no ir al cine.


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