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El niño y la garza

Título original: Kimitachi wa dô ikiru ka
Origen: Japón
Dirección: Hayao Miyazaki
Guión: Hayao Miyazaki
Voces originales: Soma Santoki, Masaki Suda, Kô Shibasaki, Aimyon, Yoshino Kimura, Takuya Kimura, Keiko Takeshita, Jun Fubuki, Sawako Agawa, Karen Takizawa, Shinobu Ôtake, Jun Kunimura
Fotografía: Atsushi Okui
Montaje: Rie Matsubara, Takeshi Seyama, Akane Shiraishi
Música: Joe Hisaishi
Duración: 124 minutos
Año: 2023


6 puntos


DE VUELTA MIYAZAKI

Por Franco Denápole

(@franco.denapole)

Se cumplieron once años desde que Hayao Miyazaki dirigió la que en su momento iba a ser su última película, la muy buena El viento se levanta. En el medio hubo movimiento por parte de Studio Ghibli: se estrenó ese mismo año la disruptiva El cuento de la princesa Kaguya del fallecido Isao Takahata; Hiromasa Yonebayashi dirigió su segunda película dentro de la productora, El recuerdo de Marnie, de 2014; y luego seis años de silencio hasta el estreno de la no muy bien recibida Earwig y la bruja, de Gorō Miyazaki, el hijo no tan talentoso de Hayao. En este nuevo largometraje, titulado El niño y la garza, el director retoma la tradición de centrar sus historias alrededor de un niño protagonista. Luego de perder a su madre y mudarse al campo, Mahito se enfrenta a la misión de salvar a un reino mágico que existe en el interior de una casa abandonada. Algunas otras marcas del cine de Miyazaki se hacen presentes también: el coming of age como temática central; la cuestión de las relaciones familiares; el diálogo entre el mundo real y otro cuyas reglas desafían la lógica y la verosimilitud; el retorno nostálgico a un mundo pre-digital; etcétera.

A todo eso nos invita esta película en la cual se percibe ya la pluma de un autor no sólo consagrado sino también cuyo cine posee un lenguaje particular con el que el público se encuentra familiarizado. Tal vez esto explica las libertades que se toma El niño y la garza a la hora de regular los tiempos de lo narrado. Y es que la historia de Mahiko se cuenta con un ritmo pausado. Los acontecimientos surgen como islotes cada tanto y en ese juego de equilibrios y compensaciones entre el ruido y el silencio, que tan caro es a la cosmovisión japonesa, triunfa el segundo sobre el primero. Claro que esto no quiere decir que la película carezca de giros, sucesos impactantes o secuencias de acción -de hecho, Miyazaki experimenta con una nueva forma de animación que trae un nivel de dinamismo a la imagen que no se había visto antes en su cine-. Fundamentalmente, lo que ocurre es que, a diferencia de sus otros trabajos, este relato tarda más de lo usual en alcanzar ese punto de quiebre en el que lo fantástico irrumpe y el desarrollo dramático y psicológico de los personajes se dispara.

Y me explayo en esta cuestión de que el cine de Miyazaki, a esta altura, se encuentra naturalizado por la mayoría de los espectadores, porque se siente como si la propia película contara con esa ventaja y, además de tomarse mucho tiempo hasta querer empezar a enganchar al público, profundizara más de lo normal -tal vez demasiado- en aquellos elementos que hacen a la cualidad “inefable” del cine del director japonés. Hablo específicamente del componente mágico, que siempre tuvo en sus películas algo de arbitrario y caprichoso, pero que en El niño y la garza se enrosca y enrosca al punto de dar a quien mira pocos sostenes de donde agarrarse.

Dirán entonces que el cine de Miyazaki exige dejarse llevar, no distraerse buscando una interpretación exacta, una equivalencia perfecta de sentidos cerrados y metáforas resueltas. Y es cierto, pero también lo es el hecho de que en general hay algo que nos predispone a realizar este esfuerzo; esto es, lo cautivadores que resultan estos mundos cambiantes, así como los personajes que los habitan, con sus modos sutiles y pudorosos de confrontar sus viajes emocionales. Esto también tambalea en El niño y la garza. Mahiko no se eleva a la altura de otros protagonistas memorables de Miyazaki, ni tampoco resuenan en la imaginación la garza embustera, el anciano venerable pero arrepentido, la niña/madre Natsuko o el coro de tiernas ancianas que se desplazan todas juntas de a pasitos por los pasillos de la casa de Mahiko.

Si sobre la última película de Makoto Shinkai, Suzume, escribí en su momento que se advertía cierto agotamiento de la fórmula, no parece ocurrir lo mismo con Miyazaki, quien, se nota, sigue tratando de llevar su estilo a nuevos horizontes. Sin embargo, lo que sí se siente con El niño y la garza es cierto exceso de confianza en la fortaleza del propio método para narrar y, sobre todo, un desempeño algo decepcionante de las cosas que vuelven maravillosas las otras películas del director. Con todo y con eso, es difícil no rescatarle a esta película algunas secuencias trepidantes que emocionan y esa belleza admirable que no pierden los dibujos de Ghibli.


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