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Nefarious

Título original: Ídem
Origen: EE.UU. 
Dirección: Chuck Konzelman, Cary Solomon
Guión: Chuck Konzelman, Cary Solomon, basado en la novela A Nefarious Plot, de Steve Deace
Intérpretes: Sean Patrick Flanery, Jordan Belfi, Tom Ohmer, Glenn Beck, Daniel Martin Berkey, Mark De Alessandro, Cameron Arnett, Sarah Hernandez, Stelio Savante
Fotografía: Jason Head
Montaje: Brian Jeremiah Smith
Música: Bryan E. Miller
Duración: 97 minutos
Año: 2023


4 puntos


EL SERMÓN VENCE AL SUSPENSO

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Las alertas estaban a la vista: Chuck Konzelman y Cary Solomon, realizadores de Nefarious, han sido también guionistas de las dos entregas de Dios no está muerto y directores de Inesperado, todos dramas religiosos donde la manipulación discursiva va primero y la consistencia narrativa queda relegada a un lugar casi insignificante. De ahí que se pudiera esperar lo peor, y quizás por eso lo que se ve finalmente, por más que esté lejos de un resultado óptimo, no resulta tan indigesto.

Basándose en el film A Nefarious Plot, de Steve Deace, Konzelman y Solomon van por un camino distinto al que venían recorriendo, construyendo un thriller sobrenatural donde lo religioso -además de la carga espiritual y moral- está explícito e implícito a la vez. El relato se centra en un psiquiatra (Jordan Belfi) al cual le asignan realizar una evaluación a un asesino en serie convicto (Sean Patrick Flanery) en el día de su ejecución, pero que afirma estar loco y, por ende, incapacitado para ser ejecutado. Durante la entrevista, el homicida afirma que es un demonio, y uno muy específico, que progresivamente va revelando sus planes y cómo estos están conectados con la persona que tiene frente suyo. A partir de ahí, se inicia un juego de gato y ratón, que va de la mano de una especie de batalla entre psicológica, teológica e ideológica, donde el doctor lleva obviamente las de perder.

Si se dejan pasar de largo unas cuantas inconsistencias -todo está muy forzado para que tenga lugar ese choque de voluntades entre los protagonistas- y lugares comunes (frases trilladas como “este tipo es un maestro de la manipulación”), además de una puesta en escena chata -tranquilamente esto podría haber sido una obra teatral-, la primera mitad de Nefarious es relativamente entretenida. Incluso no dejan de ser atractivos algunos apuntes burlones que tira el asesino/demonio sobre conceptos típicos usados por los sectores más progresistas y políticamente correctos, que están bastante acertados. Aunque claro, ya se puedan intuir algunas bajadas de línea de trazo grueso, en especial con la repentina apertura de una subtrama con la pareja del psiquiatra, que está por realizarse un aborto. Pero lo que se impone es el enigma sobre las verdaderas intenciones del villano en relación con su contraparte y el show actoral de Flanery, que recurre a todos los tics posibles, bordeando la parodia y desviando un poco la atención del espectador.

Sin embargo, ya en su segunda mitad, Nefarious deja muy claros sus propósitos: es decir, un didactismo entre conservador y ultra-cristiano, donde la discursividad moralista van ahogando rápidamente cualquier rasgo de ambigüedad posible en los personajes. Los últimos minutos, de hecho, son un festival de arbitrariedades narrativas y el festival interpretativo de Flanery -en contraposición a un Belfi que no consigue salir de la pose atónita- descarrila por completo. Cualquier matiz relacionado con atmósferas de suspenso queda totalmente anulado y es reemplazado por monólogos, frases y gritos altisonantes sobre la fe, el Bien, el Mal y por qué, finalmente, siempre todo es culpa de los ateos, esa gente terca que se rehúsa a creer en todo lo que dice la Biblia. Konzelman y Solomon, ambiciosos, quieren convencer al planeta de que, como el Diablo existe, también existe Dios, pero, una vez más, solo convencen a lo que ya están convencidos. Igual este thriller pudo haber sido mucho peor.


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