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Duro de vencer (1992)



JOHN WOO Y LA CRISTALIZACIÓN DE UN GÉNERO

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Si durante los ochenta fue el auge del Heroic Bloodshed (que podría traducirse como “matanza heroica”), a principios de los noventa comenzó a asomar un declive, que más que artístico era comercial. Sucede que este subgénero del cine de acción, surgido en Hong Kong, compuesto por disparatadas secuencias de tiroteos y explosiones, y que abordaba temas como el deber, la lealtad y las consecuencias de la violencia, ya empezaba a encontrar límites en la recepción de su público principal, el de su propio país, que pasaba a interesarse por otro tipo de películas, como las comedias. John Woo, uno de los principales referentes de este cine (junto a otros realizadores como Ringo Lam y Tsui Hark), se dio cuenta de esto a partir del éxito menor de Duro de vencer, que fue su último film antes de su partida a Hollywood.

No deja de ser llamativo que, ya desde su construcción narrativa y estética, Duro de vencer era un film que evidenciaba una autoconsciencia sobre las reglas con las cuales se manejaba. Por ejemplo, con el mismo título original (Hard boiled, que podría traducirse como “hervido hasta endurecer”), que hace referencia a la clase de policías duros y casi invencibles en los enfrentamientos, pero con conciencia, y, por ende, con culpa, sensibilidad y hasta miedo frente a la posibilidad de pérdida. También por el hecho de que Woo, luego de haber enfrentado unas cuantas críticas por romantizar a los mafiosos en películas previas -como Amenaza final (1986) y El killer (1989)-, decidió aquí hacer lo contrario, ensalzando la labor policial al extremo. Por eso es que el relato esta vez se centra en dos oficiales de la ley, un policía (Chow Yun-Fat) y un agente encubierto (Tony Leung) que se unen para acabar con un mafioso absolutamente despiadado y su banda.

El exceso -en todo, desde la acción hasta los conflictos personales, pasando por los diálogos y las vueltas de tuerca dramática- es la norma en Duro de vencer, con una puesta en escena donde parecen fusionarse el cálculo con la improvisación. Pero a no confundirse (o un poco sí), porque lo que prevalecía era lo segundo, o más bien, la mecanización de que todo tenía que salir por instinto, testeando los límites de las posibilidades de los que estaban involucrados, porque desde ahí era que surgían las mayores dosis de creatividad. Por eso es que, en el argumento original, el personaje de Leung era un villano que envenenaba bebés, pero esa idea quedó descartada cuando se decidió reescribir el guión apenas una semana antes de que comenzara el rodaje. Sin embargo, los problemas con el guión (y el personaje de Leung) continuaron, lo que obligó a detener la producción durante un mes para nuevas reescrituras. Del mismo modo, si Woo le había dicho al elenco que su intención era hacer un film con menos recursos estilísticos, lo cierto es que el proceso de filmación lo llevó a redoblar la apuesta más que a moderarse.

De ahí que los 120 días de rodaje se noten de forma patente en Duro vencer, que es un film que no para casi nunca, donde todo está por explotar o, directamente, explotando, porque nadie está necesariamente a salvo. Ni siquiera los bebés, como lo prueba la extensísima secuencia (más de treinta minutos) del combate en el hospital: no decimos tiroteo, porque lo que hace Woo es convertir el lugar en una verdadera zona de guerra, con decenas de muertos entre policías, mafiosos y pacientes, más todo un proceso de salvataje de infantes que es tan insólito como angustiante. Es allí donde, tras un cambiante juego de mascaradas, las posiciones de todos los protagonistas quedan a la vista, en un ballet de balas, sangre y cuerpos moviéndose coreográficamente, con la tragedia asomando amenazante. Este ya era uno de los puntos destacados del cine de Woo: la acción iba a la par de conflictos que lindaban con lo melodramático, porque el realizador no tenía muchos inconvenientes con delinear tramas casi telenovelescas y atravesadas por una violencia definitivamente hiperbólica.

Aunque claro, en otra vuelta de tuerca que se permite retorcer las normas del subgénero en el cual se inscribía, Woo habilita en Duro de vencer un final feliz cuando todo parecía dado para lo trágico, terminal y melancólico. Ese giro, que luce un tanto forzado y anticlimático, se implementó a pedido del equipo de producción, que le pidió al cineasta un cierre que salvara a uno de los protagonistas, con el cual ya estaban involucrados emocionalmente. Y Woo accedió, quizás a sabiendas de que eso conspiraba contra los resultados finales. Al fin y al cabo, posiblemente ya estaba pensando en su mudanza a Hollywood, la tierra de los finales felices a la que tanto admiraba, y que lo idolatraría y maltrataría en partes iguales durante los noventa y principios de los 2000. Y que ahora, con el lanzamiento de Venganza silenciosa, veinte años después, lo recibe nuevamente, porque hay amores que, con todas sus violencias incluidas, nunca se terminan del todo.


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