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Los delincuentes

Título original: Idem
Origen: Argentina / Brasil / Luxemburgo / Chile
Dirección: Rodrigo Moreno
Guión: Rodrigo Moreno
Intérpretes: Daniel Elías, Esteban Bigliardi, Margarita Molfino, Germán De Silva, Mariana Chaud, Gabriela Saidon, Cecilia Rainero, Javier Zoro, Lalo Rotavería, Iair Said, Fabian Casas, Adriana Aizemberg
Fotografía: Alejo Maglio
Montaje: Karen Akerman, Manuel Ferrari, Nicolás Goldbart
Dirección de arte: Laura Caligiuri, Gonzalo Delgado
Duración: 189 minutos
Año: 2023


8 puntos


ADÓNDE ESTÁ LA LIBERTAD

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

1. Ciudad

Morán (Daniel Elías) es el tesorero de un banco en la Ciudad de Buenos Aires. Como sus compañeros, transita los días cumpliendo un horario, pagando cuentas, esperando los quince días de vacaciones que le tocan por año. Su existencia es gris, anodina, hasta que un día decide robar una suma importante de dólares. Su plan es entregarse a la justicia, cumplir una condena de tres años y medio y, al salir, dejar de trabajar para siempre. Retirarse, viviendo del dinero que se llevó. Para eso necesita un cómplice, y es ahí que entra en escena Román (Esteban Bigliardi), otro empleado del banco, al que Morán no le deja mucha alternativa. Tiene que guardar los dólares durante el tiempo que esté preso y, al cabo de ese tiempo, se encuentran y lo dividen. “Vos estás loco”, le dice Román. A lo que Morán contesta con una pregunta: “¿Qué es peor, tres años preso, o 25 años más trabajando en el banco?”.

La primera parte de Los delincuentes, la película de Rodrigo Moreno elegida para representar a Argentina en los premios Oscar, sucede mayormente en la ciudad. Una Buenos Aires actual, anónima y despersonalizada, llena de gente que va o viene de trabajar. Dentro del banco, el tiempo parece detenido en otra época, desde la ropa hasta los instrumentos de trabajo. Una decisión que, suponemos, tiene que ver con la idea de escenificar la alienación laboral, el estar durante años realizando las mismas tareas, una y otra vez. Ese componente anacrónico les otorga a las escenas un aire pintoresco, de farsa. Una simulación de la vida real, apoyada tanto en lo incómodo como en lo cómico. A medida que el plan de los protagonistas va tomando forma, la urbe y sus tiempos se van aflojando, desplazándose hacia otro lugar, tanto físico como simbólico. Esta primera sección, atravesada por el nerviosismo y una eventual crisis/revelación (la investigación a los empleados, la asfixia que supone el bolso con plata en la vida de Román, el viaje de Morán y su confesión), tiene el timing de una comedia de enredos, que luego de una hora y media notable derivará en algo más arriesgado, aunque también problemático.

  1. Campo

La segunda parte de Los delincuentes podría ser una película aparte. En un viaje a Córdoba, que tiene que ver con el destino del dinero, Román se cruza con tres desconocidos con los que decide compartir un día. Si la parte anterior de la película proponía un alejamiento de ciertos tópicos del cine argentino, rompiendo con esos personajes a la deriva que contemplan mucho y hablan más, en esta mitad se percibe una vuelta a esos conceptos. Hay algo que queda claro: los tiempos que se estiran, el ritmo que se aplana, quizás tengan que ver con esa libertad ausente y ansiada en el primer tramo. La propuesta se entiende, pero para el ojo acostumbrado resulta difícil no pensar que algunas escenas, como también algunos planos, se alargan demasiado a propósito.

Sin embargo, y sobre todo cuando la historia de Román se diluye para dar lugar nuevamente a Morán (en este punto, con sus recuerdos antes de entregarse), la película ingresa en una atmósfera plácida y un poco narcótica. A través de paisajes y del contraste entre la presión de la ciudad y el encanto de la vida rural, Los delincuentes consigue dar forma a su, podríamos decir, reverso poético, reforzando un juego de dobles y opuestos que se mantiene siempre presente. Hay algo del Llinás de Historias extraordinarias, pero también un fuerte rasgo literario, que termina de evidenciarse con el cameo de Fabián Casas como un profesor que le lee poesía a los presos. La pregunta, igual, vuelve a aparecer: ¿esto está bien, o la película cede finalmente a un gesto pretencioso, rizando el rizo más de lo adecuado? Cuando Morán lee un poema de Ricardo Zelarayán y se estira y se estira… Bueno, queda la inquietud.

  1. Próxima estación: esperanza.

Los delincuentes dura 180 minutos. Si dejamos de lado algunas producciones mastodónticas de El Pampero Cine, la duración es insólita dentro del cine nacional reciente. Y si bien su propuesta es de largo aliento (aún con sus ramificaciones, la historia es una sola, no como en La Flor, que son miles en 14 horas), hay una liviandad que recorre todo y lo vuelve accesible, en el mejor de los sentidos. La corporalidad y las actuaciones de Elías y Bigliardi resultan claves para intentar desentrañar esta rara avis, porque ahí se cifra una tonalidad del presente (sobre todo de la buena comedia nacional) que vuelve tan imprescindibles a tipos como Ariel Winograd o Martín Piroyansky. Y si bien la película de Moreno poco tiene que ver con el cine de estos directores, el vínculo toma forma a través de una manera lúdica de encarar la ficción. Un desentendimiento del cine argentino de las últimas décadas, pero que en este caso tiende puentes con el pasado y despeja el camino para un posible futuro. Los delincuentes, incluso con las cosas que le podamos señalar, tiene el atrevimiento saludable de querer hacer algo distinto, de abrirse a diversas interpretaciones sin ser pesada o solemne. Al enfrentarse a una experiencia así, al tomar distancia y ver que, en su conjunto, lo que parecía mejor o peor ahora está entrelazado y funciona para adelante, uno no puede más que ser ese viejo rockero que mira a un niño tocar la guitarra y dice “no todo está perdido, hay esperanza”.


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