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Asesinato en el Senado de la Nación (1984)



LAS DIFICULTADES DEL CINE HISTÓRICO ARGENTINO

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

La semana pasada falleció Pepe Soriano, uno de esos actores cuyas trayectorias explican en buena medida los avatares de buena parte del cine nacional -en particular del más industrial-, para bien y para mal. A diferencia de otros pares generacionales, como Federico Luppi y Héctor Alterio, no tuvo tantos protagónicos en el cine, aunque igual se las arregló para consolidar un estilo actoral claramente identificable. En eso se pareció a Ulises Dumont, otro intérprete de carácter: ambos alternaban entre la vocación por devorarse la pantalla cuando aparecían en escena y la capacidad para desplegar sobriedad cuando el papel lo pedía. Precisamente, Asesinato en el Senado de la Nación, de Juan José Jusid, es un film que lo muestra en la segunda vertiente: en un rol que le dejaba todo servido para montar un show actoral, entregaba una actuación medida, que incluso iba a contramano del resto del reparto.

Todavía en la actualidad, Asesinato en el Senado de la Nación es una especie de excepción a la regla dentro del cine histórico nacional, ya que aborda un hecho de la historia argentina que ha quedado un tanto olvidado, en buena medida porque esa época parece relegada en el análisis sociohistórico, a pesar de su riqueza. El film se sitúa en 1935, en uno de los momentos decisivos de la llamada Década Infame, centrándose en las denuncias realizadas por el senador Lisandro de la Torre sobre los oscuros negocios llevados adelante por empresas británicas con las exportaciones de carne vacuna argentina. Todo ese entramado corrupto contaba con el conocimiento y el aval del gobierno argentino, en particular de los ministros Federico Pinedo y Luis Duhau, aunque también jugaba un papel relevante el marco normativo instaurado a partir del Pacto Roca-Runciman. Lo cierto es que toda esa situación tuvo derivaciones trágicas, con el asesinato en plena sesión del Senado, del legislador electo Enzo Bordabehere, en lo que muchos interpretaron como un intento de matar al propio de la Torre.

Lo cierto es que la propuesta inicial de Asesinato en el Senado de la Nación posee un giro interesante, porque elige centrarse mayormente en el recorrido de Ramón Valdés Cora (Miguel Ángel Solá), el autor del homicidio, un conservador que había sido expulsado de la policía por diversos actos de corrupción, pero que era protegido por el poder político. Esa trayectoria está marcada por un hondo patetismo, delineando un personaje no solo corrompido, sino también violento, mentiroso, abusador y servil, al cual la película procura mostrar en las peores situaciones posibles. Jusid pareciera querer resumir en un solo personaje buena parte de los males de la Década Infame, hasta el punto de caer en una redundancia casi miserabilista: un ejemplo de eso es una escena de considerable extensión donde muestra a Valdés Cora teniendo sexo con una menor de edad, generando una incomodidad totalmente innecesaria.

Pero Asesinato en el Senado de la Nación no se conforma con ser un drama moral y moralista sobre un tipo en una espiral de destrucción que refleje su tiempo histórico. También procura ser una especie de mini-biopic sobre de la Torre, en un momento de su vida que fue fundante para su legado, pero que también anticipó su derrumbe emocional, que lo condujo eventualmente al suicidio; además de un retrato de las prácticas ilegales que se daban en lo más alto del gobierno presidido por Agustín P. Justo; la incidencia de las empresas británicas, que alentaban y participaban de los negociados; la resistencia que intentaban poner los sindicatos; y la violencia institucional que afloraba en esos años. En casi todos los aspectos, es entre esquemática, redundante y de trazo grueso, que fueron males que aquejaron al cine argentino de los ochenta. Incluso, a pesar de no tener el carácter entre urgente y de explotación de películas como La noche de los lápices, no puede evitar sacar conclusiones apresuradas sobre lo que cuenta, con lo que pierde la chance de ahondar en otras capas de sentido para los hechos narrados.

Por todo lo anterior es que la actuación de Soriano como de la Torre se destaca aún más. Si, por un lado, hay una cantidad de nombres importantes -desde Solá a Oscar Martínez, pasando por Juan Leyrado, Arturo Bonín y Villanueva Cosse, entre otros- compitiendo en intensidad, lo de Soriano, incluso en los momentos más álgidos, está en el punto de equilibrio justo entre la fortaleza y la fragilidad. Hasta podría decirse que, si las líneas de diálogo lo invitan a ser un prócer estilo Billiken, el tono y la corporalidad que le imprime a de la Torre le otorgan una inesperada humanidad. Desde ahí, Soriano insinuaba la película atrapante, ambigua y potente que podía haber sido Asesinato en el Senado de la Nación, pero que evidentemente no fue.


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