Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Si las expectativas eran muy altas cuando se estrenó su primera temporada, a partir de las posibilidades que brindaba el personaje y los nombres involucrados (desde John Krasinski en el protagónico hasta Carlton Cuse en la creación), esta cuarta y última entrega de Jack Ryan llega casi como un trámite. Eso no significa que no sea una serie popular, pero sí que no ha generado grandes discusiones y fanatismos, lo cual hasta se termina notando en la estructuración del relato, que no apela a grandes sorpresas, incluso cuando apela a algunas vueltas de tuerca destinadas a sostener su discurso. Y eso que el arranque coloca a Ryan en un lugar donde los riesgos lucen mucho mayores: ha sido recientemente ascendido a subdirector de la CIA, con la tarea inmediata de limpiar los líos de corrupción que han sacudido a la agencia. Mientras investiga qué negocios o acciones sucias se siguen escondiendo, deberá enfrentarse a una nueva amenaza, que implica a un cartel de drogas mexicano, una organización criminal asiática, un estallido político en Nigeria y una potencial serie de actos terroristas en suelo norteamericano. A partir de allí, se dispara una nueva carrera contra el tiempo, que involucra a nuevos personajes, como un mafioso que oficia de informante (Louis Ozawa) de un agente encubierto llamado Domingo Chavez (Michael Peña), y una especie de filántropa (Zuleikha Robinson) cuyas intenciones no son lo que parecen inicialmente. También el retorno de otros ya conocidos, como James Greer (Wendell Pierce), Elizabeth Wright (Betty Gabriel), Mike November (Michael Kelly) y hasta Cathy Mueller (Abbie Cornish, que retorna luego de una ausencia de dos temporadas). Lo cierto es que la maraña geopolítica en la que queda metido Ryan, que lo obliga nuevamente a salirse del paraguas protector de la institución para la que trabaja y pasar a una especie de clandestinidad supervisada, termina no siendo tan compleja y los enemigos, en particular a partir del cuarto capítulo, Bethesda, son mucho más nítidos. Esa claridad del tablero de ajedrez se da en parte porque esta cuarta temporada tiene solo seis capítulos, a diferencia de las anteriores, que tenían ocho cada una. Eso lleva a que la narración sea más dinámica y menos enredada, pero también a que se evidencie que el manejo de la información por parte de los guionistas le otorgue mayores pistas al espectador que a los protagonistas, lo cual resta sorpresa y algo de tensión. Y, además, se hace más notorio el simplismo que caracteriza a la serie a la hora de mirar y describir el mundo. En Jack Ryan no hay mucha ambigüedad y por eso los malos a lo sumo pueden fingir ser buena gente, aunque eventualmente siempre revelan sus propósitos algo lineales, mientras los héroes no tienen grandes conflictos morales, a tal punto que sus vidas personales distan de generar un gran interés. Ahí tenemos, por caso, la mascarada montada por la villana principal, fácil de adivinar a la distancia, o los problemas familiares de Greer, que se exhiben y resuelven con bastante pereza. Donde la serie funciona es cuando deja que se imponga el movimiento, a partir de las operaciones encubiertas, los intercambios entre distintos niveles de decisión o las instancias de pura fisicidad, que muestran que el nivel de producción es más que óptimo. Eso es lo que finalmente sostiene a Jack Ryan y lo que nos hace preguntarnos por qué se elige terminar acá (a pesar de que está en desarrollo un spinoff centrado en el personaje de Chavez), cuando tenemos a un protagonista con una multitud de aventuras literarias. Pero lo cierto es que la propia mirada de la serie termina limitando el aprendizaje de Ryan, tanto a nivel profesional como afectivo y político. Jack Ryan -serie y personaje- llegó a un techo que evidentemente no va a romper y de ahí que su despedida sea lógica.
-Los seis episodios de la cuarta temporada de Jack Ryan están disponibles en Prime Video.
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