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El desconocido (1953)



ALGO ESTÁ POR ESTALLAR

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

En 2017, gracias a la cita para nada disimulada que se le hizo en la grandiosa Logan de James Mangold, el western El desconocido, de George Stevens, ganó una impensada repercusión. Si bien en su momento fue un western considerado y premiado, con el tiempo (como ha pasado con la mayoría de los relatos encuadrados en el género) fue perdiendo ese estatus consagrado a un puñado de películas. Y ahora, que ha cumplido nada menos que 70 años, viene bien acercarse a este film que en retrospectiva tiene una importancia mayor que la que la historia le ha reservado. Es que el de Stevens fue un western que funcionó como una suerte de bisagra entre dos etapas del género, la que va de las grandes obras del período clásico a los relatos metalingüísticos y la explosión autorreferencial que significó el spaghetti western. Es casi una película de clausura y, a su vez, una que entrega elementos estéticos que resignifican los viejos recursos.

En El desconocido, Alan Ladd interpreta al Shane del título original, un vaquero con ansias de dejar atrás una vida cargada de violencia. Shane irrumpe en el hogar de los Starrett en un momento clave, cuando se enfrentan al poder del terrateniente Ryker: Se podría decir que el film de Stevens avanza sobre una premisa recurrente del género, la llegada de un forastero que viene a imponer la justicia en un contexto donde el poder se ejerce despótico y con sangre. Pero bien es cierto también que la película utiliza esos elementos característicos de manera autoconsciente, para ofrecer una relectura respecto de la ética del género. Por lo tanto, en vez de apurar un desenlace o ir directo a la acción, Stevens se detiene en los pequeños gestos y se aprovecha de la figura icónica de Ladd para demorar una violencia que, aunque tardíamente, llegará. En definitiva, nadie parece poder escapar de ciertos destinos, y Shane vive para comprobarlo.

Hay dos elementos importantes que la película dispone a lo largo de su metraje, que de alguna forma funcionan como detalles de época para un género que comenzaba a mostrar signos de agotamiento. En primera instancia es el romance asordinado entre Shane y Marian Starrett (Jean Arthur), que se expresa sutilmente incluso en alguna línea de diálogo del patriarca Joe Starrett (Van Heflin), cuando acepta que, llegada su muerte, su esposa quedaría en los buenos brazos del cowboy. Toda esa subtrama tiene una carga erótica indisimulada, que Ladd y Arthur construyen con gran química y la fuerza de sus carismas. Lo otro es la relación entre el pequeño Joey Starrett (Brandon De Wilde) y Shane, vínculo clave en el relato y un comentario constante de la película sobre la fascinación con la violencia, la estetización alcanzada por el cine y su herencia en una generación. Precisamente ese elemento es el que toma Mangold para relacionar el western con Logan, en esa relación entre los ídolos y los plebeyos. Así como la figura del cowboy era inspeccionada en El desconocido, los superhéroes encuentran su destino en Logan.

Claro que El desconocido no sólo es lo meta, sino también lo inherente a la historia. Los planos anchos de Stevens y la imponente tonalidad de la oscarizada fotografía de Loyal Griggs -que confluyen en el notable último plano-, y esa violencia espectacular que se impone cuando parece que ya no hay camino posible. Hay una genial y sangrienta escena en la que varios personajes se trenzan a golpes de puño en un bar, escena que fue ensayada durante varios días en un gimnasio y en la que algunos actores salieron lastimados. Escena que tiene un realismo mayúsculo, que se impone por la potencia de unos golpes asestados con una violencia espectacular, que marcarían un nuevo horizonte para el género que explotaría con toda su fuerza en los años 60’s. Con ese poder anticipatorio, con su humor y su tono melancólico, El desconocido es sin dudas uno de los westerns más importantes de todos los tiempos.


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