No estás en la home
Funcinema

Los 3 días del cóndor (1975)



LUCES Y SOMBRAS DE LA PARANOIA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

En los primeros días de este año falleció Owen Roizman, director de fotografía de El exorcista –y, por ende, autor de imágenes icónicas como la del póster de esa película-, pero también de otros films emblemáticos de los setenta, como Contacto en Francia, Poder que mata y Los 3 días del cóndor. Este último es uno de los más conocidos representantes del cine paranoico hollywoodense de esa década, además de una muestra cabal del talento de Roizman, que sabía cómo ponerse al servicio de lo que pedía cada relato.

Los primeros quince/veinte minutos de la película de Sydney Pollack (basada en la novela de James Grady Seis días del Cóndor) son sin dudas los mejores de todo el metraje: un ejemplo perfecto de cómo retratar una rutina laboral que estalla en pedazos y coloca al espectador directo en el conflicto, casi sin explicaciones. Allí vemos el funcionamiento en un día cualquiera de un departamento de la CIA con una tarea aparentemente inofensiva y hasta poco trascendente: recibir publicaciones de todas partes y revisarlas al detalle para ver si hay mensajes ocultos de algún tipo que provengan de enemigos del país. Dentro de esa oficina, llamada Sección 17, está Joe Turner -un Robert Redford que todavía no había terminado de calibrar apropiadamente su intensidad-, un investigador cuyo nombre código es Cóndor y al que le toca, por esas casualidades de la vida, salir a buscar el almuerzo para toda la gente que trabaja ahí. Cuando vuelve a la oficina, se encuentra con que todos sus compañeros han sido asesinados, de forma meticulosa y profesional, lo cual lo pondrá en un estado de miedo e incertidumbre extremos, que se potenciarán cuando se dé cuenta que hubo gente de la propia agencia involucrada en la matanza.

Si el arranque de Los 3 días del cóndor es notable, lo cierto es que la hora siguiente coloca a la película en un pozo narrativo del cual le cuesta salir, a partir de algunas situaciones que no terminan de ser del todo verosímiles. En particular, toda la subtrama vinculada a la mujer interpretada por Faye Dunaway (también excesivamente intensa), a la que Turner secuestra para poder encontrar un refugio, pero con la que luego pasará a tener un vínculo romántico y que se convertirá en su principal (e incluso única) aliada, es cuando menos forzada, con algunas secuencias que rozan lo machista. En verdad, el relato se sostiene principalmente en el enigma sobre quién y por qué ordenó el asesinato de todos los integrantes de la Sección 17, mientras se alimenta un tópico que en los Estados Unidos estaba en alza: la creciente desconfianza frente a las instituciones que supuestamente debían proteger a los ciudadanos, pero terminaban haciendo todo lo contrario. Lo mejor de esa apuesta temática surgía, claramente, más desde las atmósferas que desde las palabras y, en eso, la labor de Roizman era sutil, pero fundamental, a partir de cómo exponía los contrastes entre luces y sombras en un paisaje urbano sucio y opresivo.

El último tercio de la película de Pollack es como un resumen de todas sus virtudes y defectos, a la vez que un reflejo de los alcances y limitaciones de buena parte de ese cine político estadounidense más progresista, que luego de casi cinco décadas no ha envejecido del todo bien. Si bien la puesta en escena logra unos cuantos momentos de genuina inquietud y la narración consigue transmitir apropiadamente la sensación de desamparo que aqueja al protagonista, hay también en los últimos minutos una necesidad de remarcar una posición crítica de los manejos de poder institucionales que es un tanto redundante. Claro que como antídoto frente a cierto trazo y algunas sobreactuaciones estaba la performance de Max von Sydow como un asesino por contrato que cumple con sus obligaciones con total profesionalismo y coherencia. El legendario intérprete sueco entendía a la perfección lo que pedía el papel y construía un personaje tan inquietante como fascinante. Lo cierto es que lo de von Sydow era como lo de Roizman: un lucimiento silencioso, sin remarcaciones, que sumaba complejidad al conflicto sin tener que recurrir a la solemnidad.


Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente:
Invitame un café en cafecito.app

Comentarios

comentarios

Comments are closed.