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La burla del diablo (1953)



UNA PARODIA DENTRO DE UNA PARODIA

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocolant)

Gina Lollobrigida se ha ido de este mundo, pero su presencia cinematográfica y su cuerpo permanecen en la pantalla y en la larga memoria. Su esplendor comenzó a formarse en esa etapa del cine italiano -la década del cincuenta- donde el divismo puso a competir en las salas a sus estrellas incipientes con las norteamericanas, entre ellas, Gina, a quien Alessandro Blasetti apodó como la maggioratta. Fueron mujeres que incendiaron en todo sentido el imaginario popular de la época y respondieron, como afirma Gian Piero Brunetta “a cánones de belleza basados en el exceso de los dones de la naturaleza sobre el triunfo de la naturalidad”. Y la Lollobrigida expresó como ninguna esa característica “con su vestiducho dasarrapado que cabalga el asno en Pane, amore e gelosia (1953), sobre nuevas medidas áureas que valorizan la opulencia del seno y la amplitud de las caderas y sobre todo la agresividad en la exhibición del cuerpo, que permanecerá aún bien cubierto respecto a la década sucesiva en la que triunfará el bikini”.

En el mismo año en que se consagró en la emblemática película referida por Brunetta, Gina Lollobrigida participó de una loca aventura filmada nada menos que por John Huston, con guion de Truman Capote, acompañando a Humphrey Bogart, aunque será él quien finalmente la acompañe a ella. Hablamos de La burla del diablo (Beat the Devil), una excéntrica historia que tiene como protagónicos a una pareja inglesa con unos inadaptados ladrones y que para Huston suponía la posibilidad de regresar a sus primeros trabajos, mayormente enmarcados en las reglas genéricas del policial. El resultado demuestra que, antes que inspirada en esas películas, parece una parodia de las mismas. Rodada en Ravello (Italia), narra la historia de Billy Dannreuther, un tipo con guita y un cínico norteamericano que, junto con su esposa María, presta sus servicios a cuatro estafadores que anhelan viajar a Africa para adquirir unas tierras ricas en uranio. Mientras aguardan la reparación del barco para viajar, Billy y María conocen a Harry y Gwendolen Chelm, otra pareja que, solapadamente, anhela lo mismo. No obstante, el vínculo entre ambas levanta las sospechas de los ladrones de medio pelo que tienen otro plan para quedarse con el botín. Para el papel de la esposa de Bogart contrataron a la diva italiana, en lo que sería su primera participación en una película norteamericana. Un detalle en el estreno confirma la rivalidad entre países. La productora tenía un inconveniente a la hora de colgar el cartel. Pese a la lucha de egos, la decisión fue salomónica. En Europa el nombre de la Lollobrigida iría arriba, en EE.UU. por debajo. Gina comenzaba a marcar territorio, nacía una estrella.

Fue Bogart quien dijo de su nueva compañera que, al lado de Shirley Temple, parecía Marlyn Monroe. Huston fue más lejos con su habitual e incómodo sarcasmo al compararla a una casa construida con departamentos con balcones, para terminar apodándola Lola frigorífico. Más allá de la misoginia característica de la época, más allá del cuerpo pensado en sus dotes físicas, Gina Lollobrigida dignificó siempre la pantalla con algo que no se compra ni se logra así nomás: la fotogenia. Así lo confirman sus intervenciones en La burla del diablo, con un forzado acento en inglés, pero con una presencia que agiganta su esbelta figura de pelo corto, labios carnosos y toda la sensualidad desparramada en su ser. Ya no era solo la mujer de vestiducho de Pane, amore e gelosia, sino la diva capaz de solicitar una veintena de vestidos diferentes.

Lo curioso es que la película fue mutando en su proceso de escritura y rodaje, desde el melodrama a una comedia absurda. Y si bien hoy puede verse como un título fallido dentro de la carrera de Huston, no deja de ser un acto de justicia poética su condición de puro placer en una especie de burla a las historias de intriga con marco de espionaje. Marcada por un importante sesgo de espontaneidad, lo que más atrae es su despreocupación por quedar bien con nadie. Fue el historiador Eugene Archer quien dio en el clavo: “Es una parodia dentro de una parodia, un chiste privado, divertido para los iniciados, incomprensible para los informados”. Y toda la pasión y el erotismo están sostenidos por Gina, el modo en que encara al marido de la otra pareja, su pelo corto rizado, su predilección por maquillarse en medio de las circunstancias extraordinarias y un cuerpo consagrado a fijarse eternamente en la pantalla.


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