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MAR DEL PLATA 2022: Competencia Internacional – Día 7

Hoy en la lucha por el Astor de Oro se proyectaron la nacional Cambio cambio, de Lautaro García Candela, y la portuguesa O trio em mi bemol, de Rita Azevedo Gomes.


Cambio cambio de Lautaro García Candela / 7 puntos


El de los arbolitos, supongo, es un mundo muy argentino, intuyo que incluso muy de las grandes ciudades. El mayor acierto de García Candela es descubrir que ahí había una historia: Una que tiene relación con diversas variantes del cine nacional, por un lado los jóvenes sin rumbo del Nuevo Cine Argentino y, por el otro, el policial urbano, callejero, del que Nueve reinas surge como principal y más inmediato referente. La fusión no podía ser mejor: El director pone en pantalla a un joven que reparte volantes en la calle Florida y que se empieza a meter, para mejorar su situación económica y porque una relación sentimental lo invita a buscar ese progreso, en el mundo de la venta callejera de divisas. Lo que arranca como una historia sentimental y juvenil, troca en una suerte de película de estafas, con el protagonista, su pareja y dos amigos convencidos de que pueden hacer una gran ganancia aprovechando un dato sobre los vaivenes del dólar. Claro que esta historia de arribistas profesionales y autodidactas tiene de fondo un país, que habilita estas historias con sus inclemencias económicas constantes, en un ruido de fondo construido con las voces de periodistas y programas de tele y radio que alimentan la constante ansiedad por hacer la diferencia. García Candela narra esto con gran habilidad, su retrato de la calle tiene ese vértigo de lo urgente, e incluso lo inverosímil se licua por la velocidad que adquieren las imágenes. Cambio cambio se sostiene por sus personajes queribles, sus actuaciones convencidas y el contexto de un país que por momentos parece una ficción. Mex Faliero


O trio em mi bemol de Rita Azevedo Gomes / 6 puntos


Una obra inédita de Eric Rohmer es la razón de la existencia de la decorosa y exquisita película de Azevedo Gomes, sostenida principalmente a base de planos fijos y diálogos que construyen progresivamente tensiones creíbles gracias al desempeño actoral. Dada la matriz teatral del proyecto, asistimos a locaciones acotadas y a un ejercicio dramático que, si bien no carece de elegancia, está teñido de peso intelectual en demasía y encuentra su forma cerrada en pocos recursos. Evidentemente, es otra hija de la circunstancia de pandemia. Pierre Léon y Rita Durão juegan, interpretan a una pareja que ya no lo es, se interpelan con amabilidad, apenas algún intercambio ríspido se asoma, pero en general el tono es ameno. El tema es que, paralelamente, vemos que esto es parte de un ensayo para una obra que nunca termina de armarse dada la inseguridad de su director, un tipo excéntrico y taciturno. El marco es una casa de playa y desde la primera secuencia se advierte que el desarrollo será la reformulación de la pequeña historia: Paul le reprocha a su ex mujer la relación que tiene con Tito, su novio actual, el personaje fuera de campo, cuya afición por el rock es incompatible con su pasión con Mozart. Cada conversación pretende evocar al fantasma de Rohmer, con planteos filosóficos tamizados por una ligereza cotidiana. La otra referencia, que ya aparece sugerida desde el título, es Mozart. En este sentido, uno de los aciertos de la directora portuguesa es sostener un ritmo acorde a una modesta sinfonía. Con pocos cortes, las escenas fluyen con naturalidad, y mucho tiene que ver el gran trabajo de León y Durão. La propuesta goza de libertad, sin embargo, no puede disimular su academicismo o, más bien, una especie de estatismo y recurrencia que encuentra sus picos dramáticos en contadas ocasiones. Guillermo Colantonio


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