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24 líneas por segundo: Lo que la pandemia nos dejó… en las salas

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Como todos los procesos históricos, seguramente dentro de algunos años se podrá analizar, con la distancia debida, cuáles fueron las consecuencias que dejó la pandemia a escala general. Sin embargo algunas cuestiones las podemos notar con hacer una breve lectura de determinadas variables a mano. El cine y sus formas de consumo es uno de esos territorios que más se han visto modificados, y ya está harto repetida la idea de que la pandemia aceleró un proceso que se venía dando en los últimos años y que prometía explotar en un tiempo: la sala de cine como receptáculo únicamente de grandes espectáculos y una producción extensa destinada al consumo hogareño vía plataformas o en festivales de cine. Con el virus en retroceso desde hace varios meses y con la actividad de las salas de exhibición normalizada, está más que claro que el regreso de los espectadores es algo que se demora más de lo esperado. Si hay un público joven o semi-adulto que consume películas de superhéroes de forma masiva, no deja de ser un público de nicho. Otras producciones de aventuras y acción que no tienen el aval de Marvel o DC han pasado por las salas sin pena ni gloria. El cine animado ha sido otro gran derrotado, con las familias manteniéndose bastante remisas a asistir a los cines. Ya lo que tiene que ver con el cine de autor, o que busque un espectador por encima de los 50 años, se encuentra en una encrucijada enorme. La cartelera de esta semana es más que simbólica en función de cuáles son las posibilidades de la exhibición cinematográfica: el título más renombrado es el reestreno de Tiempos violentos. El otro, un animé. Ambas películas apuestan por un nicho: los nostálgicos que quieren ver en la pantalla grande una de sus películas favoritas de todos los tiempos (hace poco pasó lo mismo con El padrino) y los fetichistas amantes de la animación japonesa. Guetos, sectores, grupos cautivos, que si bien no son mayoría, sí garantizan una performance para la película en exhibición que puede adivinarse de antemano. Y esa parece ser la fórmula del cine en las salas para el futuro: una apuesta al riesgo cero, a darle al espectador lo que ya sabe de antemano que va a conseguir. La apuesta por historias nuevas, por universos a construir, parece destinada a las plataformas y a otro tipo de seguridad: la del hogar, la que no nos genera demasiado compromiso con lo que vemos. Si algo no nos gusta, apagamos o buscamos otra cosa. Y ni siquiera pensamos qué ver, sino que el algoritmo elige por nosotros. El ritual de ir al cine se quiebra lentamente, pero más allá del llanto nostálgico lo que molesta, lo que lastima, es la falta de riesgo que eso implica.


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