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After life – 3 temporadas

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Ricky Gervais es posiblemente uno de los más importantes comediantes de las últimas décadas. Su humor, ácido, irónico y oscuro a más no poder, siempre dio la impresión de sobrevolando la desesperación ante los horrores del mundo, pero no para dar lecciones de vida, sino para encontrar lo hilarante y delirante incluso dentro de lo desesperante. After life representa su primera incursión decidida en el drama, pero siempre para retorcerlo y encontrar la diversión dentro de lo sombrío, aunque no como gesto demagógico, sino como necesidad para enfrentar esas cuestiones que nos generan una incertidumbre ineludible. La serie, que cuenta con apenas seis episodios de media hora en cada temporada, se centra en Tony (el propio Gervais), un tipo que, tras la muerte de su mujer debido a un cáncer, ha desarrollado una personalidad oscurísima, atravesada por actitudes ofensivas hacia los demás, combinadas con instancias de depresión e incluso pensamientos suicidas. Ateo como es, la religión no le brinda ninguna clase de respuesta, y encima tiene a su padre con Alzheimer y en un geriátrico, lo que completa el panorama desolador. Lo único que tiene es un trabajo un tanto mediocre como reportero en el diario del pequeño pueblo donde vive, la compañía de su perra y las antiguas filmaciones de su mujer, que le permiten evocarla de forma constante, para bien y para mal. Ese será el punto de partida para un recorrido repleto de altas y bajas, donde Tony deberá hacerse cargo de esa pérdida, de la ausencia irremediable y de cómo seguir adelante, aunque el contexto le diga todo lo contrario y siempre pese la noción de que nunca más amará a alguien como amó a su mujer. Si esa trama central tiene momentos amargos y conmovedores, también los tiene muy graciosos, porque Gervais le transmite a Tony esa capacidad para ser un observador despiadado de la realidad, sin filtro alguno de corrección política: cuando quiere, Tony/Gervais puede ser un verdadero sorete, y lo gracioso que es. Claro que hay unas cuantas instancias donde el personaje entra en un vacío repetitivo, un giro sobre sí mismo y sus penurias que tiene su lógica afectiva, pero que también atenta contra el ritmo narrativo. Sin embargo, hay un hallazgo por parte de Gervais, que es el de, progresivamente, utilizar a Tony como un vehículo subjetivo para ampliar el espectro e indagar en la variedad de personajes que lo rodean. Y lo que surge en ese pueblo que habita Tony es una variedad de individuos plagados de matices, que muchas veces se zambullen en el ridículo, pero con un nivel de frontalidad y honestidad que alejan a la puesta en escena del paternalismo o el cinismo. Gervais, que escribe y dirige todos los episodios, se atreve a transitar entonces temas complejos -no solo la pérdida, sino también la soledad, las dinámicas afectivas, la memoria y hasta la espiritualidad-, imprimiendo siempre su huella autoral, pero consiguiendo alejarse del trazo grueso y los lugares comunes. O más bien, abrazándolos e incorporándolos a la narración, para así poder reformularlos y decir unas cuantas cosas nuevas con firmeza, pero sin estridencias. Eso también le permite lograr una saludable dosis de ambigüedad, con algunas decisiones finales que avalan una multiplicidad de interpretaciones. Si Tony es un ateo y humanista cuya brutal honestidad no le impide aprender a escuchar y entender a los demás, Gervais realiza un proceso similar con la serie: mira con cariño a sus personajes, se ríe un poco de ellos, aunque no los subestima; tiene en cuenta a los potenciales espectadores, pero no les entrega respuestas fáciles. Eso hace que After life, aún con sus lagunas y algunos capítulos de más, sea una experiencia amarga y dulce a la vez, un cuento melancólico y conmovedor, aunque también risible, que incluso se da el lujo de terminar con un plano final memorable.

-Las tres temporadas de After life están disponibles en Netflix.


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