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Punto límite (1991)



UNA HISTORIA DE AMOR

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Cuando uno se pone a pensar mínimamente, queda claro que el argumento de Punto límite es casi imposible y que este primer éxito de Kathryn Bigelow fue un milagro producto de la pericia de la directora y quizás de algunos aportes que hizo James Cameron en la reescritura del guión. Por eso también fue una pésima idea la remake del 2015 y lo único verdaderamente funcional fue lo que hizo Rápido y furioso, que copió el concepto básico: el policía infiltrado en una banda de criminales y marginales por decisión propia.

Lo cierto es que, a la distancia, Punto límite conserva la virtud de los clásicos, que es la de ser un film inoxidable, al que puede verse miles de veces sin problemas, porque posee una solidez que abre las puertas a una visión permanentemente renovada. Esa fortaleza a pesar de su rebuscada premisa está sustentada primeramente en su honestidad: la película se hace cargo sin problemas de que todo el asunto de los ladrones surfers es algo difícil de creer, y desde ahí Bigelow pisa el acelerador a fondo, construyendo una fisicidad sin concesiones. Estamos ante un relato de cuerpos en permanente exposición: cuerpos desnudos, golpeados, baleados, chocando entre sí, corriendo hasta el extremo de sus fuerzas y la línea que implica el agotamiento, con una entrega total y una sinceridad (y hasta devoción) brutal.

El segundo factor vital va de la mano con la honestidad y es la convicción. Punto límite es un film narrado con convicción pero también sobre las convicciones y cómo éstas son puestas en crisis cuando revelan su costado adictivo y autodestructivo. Eso se puede notar especialmente con el personaje de Johnny Utah (a quien la monolítica cara de ingenuo de Keanu Reeves le calza a la perfección), que pasa de ser un tipo extremadamente metódico y previsible, a perder casi todo el control sobre sus acciones, pero también en buena medida con los distintos personajes con los que se cruza, ante los que funciona como espejo. Utah es el chico que aprende –casi siempre a las piñas- y al que todos quieren enseñarle, explicarle sus vidas, abrirle las puertas a otras realidades. En ese mundo de convencidos y adictos en el que se zambulle, el gran aprendizaje de Utah implicará deconstruir su esquemático modelo mental, pero al precio de convertirse en un adicto y en un nuevo marginal.

La honestidad y la convicción plena con la que Bigelow construye casi de la nada un verosímil propio, es lo que permite contar el conflicto de fondo, que es la historia de amor entre Utah y Bodhi (que solo podía ser interpretado por Patrick Swayze), transformada también en un triángulo amoroso que integra a Tyler (Lori Petty), la ex novia de Bodhi. En el vínculo que establecen Utah y Bodhi hay conexión a primera vista, confianza, lealtad, idealización, traición, mentira, manipulación, histeriqueo, sacrificio, declaraciones altisonantes, gestos finales plenos de romanticismo. Todo lo que tienen los lazos de amor (y más aún los de amor imposible, a partir de la interferencia del contexto), pero también de amistad jugada al máximo. Esa pareja cuasi trágica, a lo Romeo y Julieta que conforman Utah y Bohdi (que hasta se revuelcan juntos en una escena en el medio del desierto) es una muestra sincera e infalible de la virilidad llevada hasta el extremo, hasta coquetear con la homosexualidad. Punto límite no era el primer relato romántico que entregaba Bigelow, ni sería el último, pero es definitivamente el más icónico. Allí la realizadora terminaba de consolidar su femenina mirada sobre la masculinidad.

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