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El arte de gestionar un festival de cine (segunda parte)

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Un pecado frecuente de las organizaciones de muchos festivales de cine -y de festivales o emprendimientos culturales en general- es plantearse objetivos demasiado ambiciosos en función de lo que pueden lograr inicialmente. Es decir, querer hacer todo ya, por más que sea la primera edición, e incluso la primera experiencia organizacional. Es como querer escalar el Aconcagua sin haber subido antes una sierra o intentar hacer una maratón sin haber corrido una carrera de 10 kilómetros. En parte llevados por las circunstancias -no se disponían de tantos recursos y tiempo-, pero en mayor medida por propia perspectiva, los organizadores principales del Festival de Cine de Comedia FUNCINEMA tuvieron la inteligencia de ir de a poco, con metas pequeñas pero realizables en los primeros años, para luego ir creciendo en ambición. El evento fue al principio una muestra no competitiva, con una cantidad de películas que fue aumentando con el paso del tiempo (primero menos de veinte, luego más de 40), lo mismo que los días de proyecciones y el número de funciones. Después pasó a ser un festival competitivo, aunque con una lista de galardones -e invitados- acotada. Asimismo, la cantidad de películas ha ido escalando hasta rozar las cien, con convocatorias ampliadas, que se sumaron a muestras itinerantes en otros momentos del calendario. Todo eso ha ido de la mano de una instalación más sólida del festival dentro del ambiente cultural de la ciudad y del campo cinematográfico argentino. Pero ese crecimiento tomó tiempo y energía, además de paciencia y un análisis equilibrado de las herramientas disponibles año a año. ¿Se podría hacer más? Seguro. El festival podría tener no solo una competencia de cortometrajes, sino también de largos, e incorporar un abanico de actividades paralelas, como charlas y talleres. Podría tener más salas además del Museo Mar, para insertarse de forma más decidida en el territorio. Podría contar con más películas dentro de su programación y abarcar más días, en vez de cuatro, con funciones después de las 21 horas. ¿Hay viabilidad para hacer todo eso? En este momento, muy poca, por lo que hay ir a paso, logrando pequeños hitos que habiliten nuevas acciones. Por el contrario, muchos festivales suelen desplegar estructuras gigantescas (muchas sedes, gran cantidad de películas y proyecciones, un enorme abanico de actividades, un sinnúmero de invitados) que luego son muy difíciles de manejar y sostener si no se cuenta con la experticia adecuada. Además, se hace indispensable la contribución del Estado, especialmente para el financiamiento. Por eso no termina sorprendiendo que muchos festivales, a pesar de tener las mejores intenciones, no puedan sostenerse en el tiempo o que deban reducir bruscamente sus andamiajes para poder continuar adelante cuando el aporte estatal desaparece o no aparece en tiempo y forma. Eso termina siendo desmotivador, porque el objetivo siempre es el crecimiento y la autosuperación. Pero claro, ese crecimiento y autosuperación solo se logra con una gestión que se plantee objetivos realistas, además de formas de llevarlos a cabo consistentes y coherentes. Gestionar implica, entre otras cosas, estar abierto a aprender. Y el aprendizaje viene con el tiempo, además de las pruebas y errores. Todo esto puede parecer un poco obvio, pero se suele olvidar en el apresuramiento por cumplir todos los deseos rápidamente. De ahí que sea fundamental no perder de vista la diferencia entre el deseo y el hecho, entre el horizonte que se persigue y el terreno que se pisa.


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