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La (mediocre) policía ideológica

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

La cosa está cada vez peor y, frente a un panorama que se agrava, nada mejor que salir a dar la pelea en modo “policía ideológica”. Es decir, no con ideas, argumentos, datos, propuestas o al menos cuestionamientos mínimamente fundamentados. No, con señalamientos o estigmatizaciones, gritando bien fuerte, primero en la fila, para que toda la patota acompañe, no sea cosa de tener que pensar o armar un discurso mínimamente coherente. Y cuanto peor está la situación, más vigilantes son los modos, con especial énfasis en el ámbito de la crítica cinematográfica en la Argentina. En esa línea se ubican el editorial de Roger Koza sobre la “derecha cinéfila”, respaldando un tweet de Diego Lerer en el que afirmaba que hay una crítica argentina que respalda a Clint Eastwood más por su ideología que por su talento narrativo; los insultos del mismo Lerer a Tomás Carretto en Twitter por criticar cuestiones vinculadas al proceso de vacunación contra el coronavirus; o el Tweet de la imagen donde Diego Batlle habla de una derecha argentina incómoda por el hecho de que la llamen de derecha. Este último caso es particularmente interesante, porque Battle parece vivir en su propio país autista donde no hay argentinos orgullosos de ser de derecha, pero en realidad le está hablando (apenas veladamente) a un microcosmos muy particular, que es, obviamente, el de la crítica de cine. En el espacio de la crítica de cine, todos sabemos que decir que sos de derecha -para decirlo en criollo- no garpa, del mismo modo que decir que sos de izquierda en el ámbito de las finanzas tampoco garpa. ¿Significa que no vas a tener trabajo? No necesariamente, pero sí que todo te puede costar el doble, que va a haber gente que va a querer evitarte y que otros directamente te van a repudiar. Por ende, etiquetar a alguien como de “derecha” sirve para ponerlo en una otredad repulsiva, que además es funcional a reforzar el sentido de pertenencia a un espectro determinado. Si a eso le sumamos el insulto y el señalamiento al otro solo por criticar a un gobierno “de científicos” (como hace Lerer con Carretto), el combo está completo: me ubico en un lugar no tanto por lo que soy, sino por lo que no soy, lo cual me coloca en un colectivo que automáticamente va a salir a protegerme y me evita el trabajo intelectual de construir una identidad propia. Es una lógica que ya usó, por ejemplo, George W. Bush durante el post-11 de septiembre: “o están con nosotros, o contra nosotros”. Ahora es “vos sos la derecha, hacete cargo, yo estoy del lado correcto”. No sabemos dónde está ese lado correcto (¿a la izquierda? ¿en el centro? ¿arriba? ¿abajo?), pero sí que es el correcto, y con eso basta y sobra. De paso, cumple otro objetivo, que es esconder las miserias y contradicciones propias: por ejemplo, le evita a Batlle tener que explicar de qué lado está la actual gestión del INCAA, que posee un perfil claramente ajustador y sin diálogo con buena parte del sector audiovisual. Pero lo cierto es que la discusión de fondo no es ideológica: lo que está defendiendo esta gente no es una corriente de pensamiento determinada, sino sus espacios de poder, que, por cierto, son muy pero muy chiquitos, migajas que les dejan los que tienen el Poder con mayúsculas. De hecho, no tienen conocimiento de las ideologías y cómo operan: lo demuestra Lerer cuando habla de Eastwood (se ve que no entendió La mula o Gran Torino, por citar un par de casos) y también Koza cuando lo avala. Y también lo demuestra Batlle, ocupado en sus guerritas particulares y sin enterarse que el mundo es más grande que los pasillos y salas de los festivales de cine. Eso sí, les reconozco la astucia de ponerse la gorra y usar sus minúsculos espacios de poder para agredir, señalar y etiquetar, lo cual les sirve precisamente para cuidar esos microscópicos espacios de poder. Al fin y al cabo, es el máximo de picardía que pueden desplegar los mediocres y cobardes.

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