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El ejército de los muertos

Título original: Army of the dead
Origen: EE.UU.
Dirección: Zack Snyder
Guión: Zack Snyder, Shay Hatten, Joby Harold
Intérpretes: Dave Bautista, Ella Purnell, Omari Hardwick, Ana de la Reguera, Theo Rossi, Matthias Schweighöfer, Nora Arnezeder, Hiroyuki Sanada, Garret Dillahunt, Tig Notaro, Raúl Castillo, Huma Qureshi, Samantha Win, Richard Cetrone, Michael Cassidy, Steve Corona, Chelsea Edmundson, Zach Rose, Brian Avery
Fotografía: Zack Snyder
Montaje: Dody Dorn
Música: Junkie XL
Duración: 148 minutos
Año: 2021


6 puntos


EL NUEVO VIEJO SNYDER

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Después del fracaso de Liga de la Justicia, o más bien, de todo ese universo extendido de DC cuya planificación encabezaba para Warner, podría decirse que El ejército de los muertos representa una vuelta a los orígenes para Zack Snyder. Esos vinculados con su ópera prima, El amanecer de los muertos, donde supo releer con acierto la mitología genérica creada por George A. Romero. Pero claro, esta nueva incursión en el sub-género de zombies es con todo el respaldo económico de Netflix, lo cual supone la confirmación de ese Snyder que empezó a consolidarse con Watchmen y Mundo surreal: ese ambicioso y trascendental, además de excesivo y por momentos directamente pedante.

Lo que se termina viendo en El ejército de los muertos es esa doble cara de Snyder, sin llegar a definir una identidad consolidada. Por un lado, vuelve a aparecer ese realizador que procura construir personajes antes que discursos y que se aferra a distintas herramientas genéricas, a partir de un relato situado luego de un brote zombie en Las Vegas y centrado en un grupo de mercenarios que intentan llevar a cabo un enorme robo a un casino. Por otro, el director más preocupado por el diseño estético que por la historia y que piensa todo en términos de franquicia, y que encima concibe al entretenimiento como algo pesado y solemne. Ese debate interior y conceptual se da de manera constante en el film, y los diferentes indicadores aparecen por todos lados, en un andamiaje contradictorio, que aún así se las arregla para ser dinámico.

Por eso los primeros minutos de El ejército de los muertos tienen un ritmo endiablado y vuelven a exhibir esa capacidad de Snyder para presentar conflictos con algunos recursos visuales bien utilizados, al igual que en el arranque de El amanecer de los muertos y en la secuencia de créditos de Watchmen. Sin embargo, aún ahí pueden detectarse gestos que van desde lo excesivamente canchero -las obvias referencias a la música de Elvis Presley- hasta lo gratuito, como una secuencia de montaje que imagina un escenario totalmente contrario al que se van a encontrar los protagonistas. Y a medida que pasan los minutos, el film se ve en la necesidad de acumular elementos, tramas, subtramas y distintos personajes que no llegan a aportar lo equivalente a los minutos que ocupan: hay un poco de alegoría política y corporativa; pero también de romance; insinuaciones homoeróticas; traiciones cruzadas; humor sarcástico; situaciones cercanas al thriller; y la ambición de delinear un universo que sirva de soporte para una franquicia (ya hay en marcha una precuela y una serie animé, que también llegarán este año).

El conflicto central que asoma tras ese robo con cada vez más complicaciones y obstáculos es el de un padre (Dave Bautista) y su hija (Ella Purnell), tratando de reconstruir una relación rota en el medio de un contexto cercano a lo apocalíptico. Es ese vínculo paterno-filial lo que posiblemente más le interese contar a Snyder, pero su propia parafernalia audiovisual le impide construir un drama familiar sólido que se fusione fluidamente con todo el resto del andamiaje. Si el Snyder de El amanecer de los muertos era un artesano competente y a la vez humilde, que entendía que tenía que ponerse al servicio de la narración, y por eso conseguía delinear personajes atractivos, el actual es uno al que le cuesta bajarse del pedestal que le inventaron -bastante arbitrariamente- a partir de algunos éxitos. De ahí que El ejército de los muertos sea un entretenimiento correcto, pero con una galería de protagonistas que casi nunca salen del estereotipo y apenas si generan empatía.

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