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24 líneas por segundo: El fanatismo como opuesto del cine… y de la vida en general

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

El fanatismo es una forma de emoción que uno puede aceptar como una manera de relacionarse con las cosas (todos somos un poco fanáticos de algo en definitiva). Es comprensible, es un sentimiento hiperbólico que no entiende razón alguna y funciona dentro de determinados parámetros. Pero en lo concreto, el fanatismo le ha hecho mal a todo: a la política, al deporte, a la religión… y también al cine. El problema en sí no son los fanáticos (aunque cuando tienen poder y son mayoría estamos en verdaderos problemas) sino aquellos que se valen de los fanáticos para sostener su posición. Dentro del cine, la variante que ha explotado más el fanatismo es el cine de superhéroes. Más aún, se ha logrado un tipo de identificación entre bandos, Marvel o DC, como si de equipos de fútbol se tratase. Ahora bien, digamos que Marvel comenzó a cimentar su historia moderna en el cine a partir de la explotación de la iconografía del fanático del cómic (si querés explotar una franquicia en cine es como el voto cautivo de algún partido político), pero en algún momento de ese camino las películas tomaron vida propia y hoy funcionan más allá del fanático: son grandes relatos de aventura, de romanticismo, de heroísmo, de humor y tragedia; todo esto, nutriéndose de los géneros del cine y sus códigos. El caso de DC es todo lo contrario, corriendo de atrás y sin saber muy bien cómo construir un universo propio, sus películas se aferran al sentimiento y la prepotencia del fanático como única justificación para existir. El ejemplo más claro y reciente de esto es el estreno de La Liga de la Justicia de Zack Snyder. Un proyecto solo posible a partir de la “presión” ejercida por los fanáticos (y a la que Warner le dio cabida porque es gente muy buena e inocente que invierte cuando alguien en Twitter le dice que lo haga). La película dura casi el doble de la que había terminado Joss Whedon hace unos años, que ya duraba dos horas y era interminable. No se sabe muy bien cómo, pero Snyder logra que la misma película se extienda a lo largo de casi cuatro horas. La misma película. Porque trajecito más, trajecito menos, villano más grandote o personaje agregado que haya, la película es la misma, no construye algo novedoso ni le da nuevo sentido a las acciones. Es cierto que la nueva versión incorpora algunas escenas que le dan un poco más de background a un par de personajes, pero eso no hace al fondo de la cuestión. Todo es enorme, mastodóntico, como el pecho anabolizado de Ben Affleck, pero insustancial, irrelevante, aburrido, tedioso… y mal filmado. Porque la película encima de toda su torpeza es fea visualmente. Claro, nada funciona a menos que uno sea un fanático. Y suponga que a fuerza de golpe de emoción (“ay el trajecito”, “ay el personaje este que antes no estaba y ahora…”, “ay que aparece el Guasón”) y prepotencia la película es buena en serio y porque sí. El fanático es eso, ese personaje que quiere volver interesante algo que no lo es. Y estas cuatro horas no lo son, ni son mejores que las dos horas que ya habíamos visto. Conmigo no…

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