No estás en la home
Funcinema

Una tumba para tres

Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Mariano Cattaneo
Guión: Nicanor Loreti, Mariano Cattaneo
Intérpretes: Diego Cremonesi, Daniel Pacheco, Demián Salomón, Chucho Fernandez, Daniela Pantano, Soledad García, Mónica Villa, Gerardo Romano, Hernán Marquez, Emiliano Carrazzone, Leandro Cóccaro
Fotografía: Facundo Nuble
Montaje: Matías Lojo
Música: Pablo Salas
Duración: 77 minutos
Año: 2021


5 puntos


PASTILLAS, DIAMANTES Y VARIAS ARMAS HUMEANTES

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

Primero hay un robo y después una traición, filmada con un gusto por la puteada que se convierte en concepto a partir de la escena siguiente, en donde los protagonistas se encuentran, y que va a marcar el resto del relato con resultados diversos. Víctor (Diego Cremonesi) es un ladrón semi retirado, con una bala en la cabeza que le produce dolores constantes. Juan y Manuel (Daniel Pacheco y Demián Salomón, respectivamente) llegan a su departamento por orden de Roselli, un jefe mafioso que solía trabajar con Víctor, y que considera que él es el único capaz de encontrar a Carlos, el traidor de la primera escena. Víctor acepta a desgano, sin mucha opción, y efectivamente encuentra a Carlos, pero las cosas salen mal y los tres quedan atrapados en una casa donde las complicaciones recién empiezan.

Uno de los guionistas de Una tumba para tres es Nicanor Loreti, un realizador con oficio y pasión de fan por el género, que filma películas de acción a pedido (como Socios por accidente y su secuela) y otras que podríamos llamar “de autor”, donde puede verse una personalidad en la que confluyen el conocimiento enciclopédico del cine de tiros con las influencias del comic y la cultura pop. A pesar de todo, las películas de Loreti no logran desmarcarse realmente de las referencias al cine que lo apasiona, y son esas referencias constantes lo que las vuelven disfrutables pero limitadas. Si lo nombramos antes que al director Mariano Cattaneo, es porque Una tumba para tres se asemeja en muchos aspectos a Diablo, la película que Loreti filmó en 2012, y que inauguró una aproximación nacional al cine de acción de Hollywood, pero alejado de la fórmula Comodines y con recursos definidos: una estética entre sucia y kitsch, diálogos construidos sobre una jerga rioplatense de insultos y puteadas (en donde suele apoyarse la mayor parte de la comicidad), estilización de la violencia, escenas de acción efectivas pero condicionadas (suponemos) por los valores de producción, y un amor reverencial por la cita y el homenaje.

La película de Cattaneo utiliza un dispositivo similar al de Diablo, pero en el camino pierde lo que aquella conseguía a fuerza de irreverencia y, claro, novedad para la época. Hay una casa en la que los que protagonistas deberán resistir a las sucesivas dificultades, internas y externas, pero en este caso todo luce un poco más gastado y rutinario. Hay quienes puedan sentirse atraídos por la combinación de violencia, drogas y caras conocidas de El marginal, pero lo cierto es que la química entre los personajes tarda en materializarse, y los momentos de genuino entretenimiento son esporádicos. En determinado punto, la película amaga con diferenciarse e irrumpe el factor sobrenatural, pero pronto queda de lado para reaparecer con una vuelta de tuerca antojadiza y mala leche. Esa decisión incluso pareciera contradecir el discurso planteado previamente, donde se habla de enfrentarse a una sociedad que oprime a los de abajo (y que se enfatiza primero en un monólogo de Víctor en plan drogado y desatado, muy parecido al que realiza el personaje de Sergio Boris en Diablo, y después en una charla entre Juan y Víctor, segundos antes del desastre). No gana la policía, pero los de abajo igualmente terminan desparramados en el suelo, con plomo en el cuerpo. Un vacío de sentido y de respeto por los personajes que no se sustenta ni se justifica con nada de lo acontecido, y que se acerca peligrosamente a ese regodeo por la venganza que tanto éxito tiene en el espectador argentino, amante de los relatos salvajes y la justicia por mano propia.

Con una duración de poco más de una hora, Una tumba para tres no busca inventar nada pero tampoco se esfuerza demasiado por competir en un cine nacional de acción cada vez más poblado. Sin una propuesta que excuse los estereotipos y las situaciones recalentadas (sin un juego que, digamos, nos invite a jugar), la película termina por ser un ejercicio de referencias que no logra conjurar una identidad propia. Tiene buenas actuaciones (al trío protagonista le cuesta conectar, pero ganan en sus individualidades), ritmo y cierta pose canchera a lo Guy Ritchie (algo molesto que en determinadas circunstancias podría funcionar, tal vez desde la parodia), pero son aciertos aislados que no consiguen integrarse en un todo funcional y convincente. Sería muy fácil decir que Una tumba para tres se cava su propia tumba, así que vamos a optar por no decirlo, pero la idea sería más o menos esa.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.