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MAR DEL PLATA 2020: resumen de la Competencia latinoamericana de cortometrajes

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Volcada principalmente a formatos experimentales, la Competencia latinoamericana de cortometrajes ofreció una selección de títulos escueta y en líneas generales bastante mediocre, más allá de algunos hallazgos puntuales.

El corto brasileño Vitória, de Ricardo Alves Jr., centrado en una trabajadora que decide rebelarse contra los abusos que sufre en la fábrica donde trabaja, quiere transmitir desde la sinopsis algo que no llega a aparecer en las imágenes: que el gobierno de Bolsonaro está destruyendo a la clase trabajadora. Dejando de lado la discusión política específica -no tengo los conocimientos como para debatir sobre el estado de situación de los obreros brasileños antes y durante el mandato de Bolsonaro-, todo lo que se ve es entre sentencioso y demagógico. Más allá de ciertos elementos naturalistas, el relato solo toma a la protagonista como un vehículo discursivo y no le da mayor entidad.

Objetivos similares, aunque con metodologías distintas, parece tener Correspondencia, de Carla Simón y Dominga Sotomayor, una coproducción entre Chile y España. Allí se va delineando una conversación epistolar entre dos jóvenes cineastas que hablan sobre el cine, sus familias y la maternidad, entre otros tópicos. Algunas reflexiones son lúcidas, pero en buena medida pesa una solemnidad contraproducente, porque el objetivo de fondo es realizar una lectura sobre los agitados sucesos políticos que vienen sacudiendo a Chile en los últimos tiempos. Recién sobre el cierre se alcanza una retroalimentación potente entre las imágenes y las palabras.

En la era, de Manuela De Laborde, de México, procura retratar el Taller Experimental de Concreto en Las Pozas, Xilitla. La intención es crear un diálogo entre lo documental y lo abstracto. Sin embargo, sus ideas son escasas, con lo que termina resultando entre redundante y fallido. No muy distintos son los resultados de Colección privada, de la venezolana Elena Duque, que filma un inventario de arte, buscando trazar un arco narrativo y emocional. Sin embargo, a pesar de que por momentos les da un sentido a sus imágenes aparentemente disímiles, estira su propuesta en demasía y pierde impacto.

Aunque no termina de redondear de forma óptima su propuesta, el colombiano Revelaciones, de Juan Soto Taborda, que utiliza una conversación como disparador para su relato. Desde ahí, se establece un diálogo -por momentos de unión, por otros de contraste- entre las imágenes y las palabras, que tiene unos cuantos momentos interesantes. Sin embargo, la estructura general no llega a tener la suficiente consistencia como para impactar a fondo en el espectador.

Finalmente, tenemos el corto más logrado, que es Obāchan, de Nicolasa Ruiz, de México. A través de una narración fragmentada -que incluye películas familiares, animé y secuencias que ha filmado-, retrata a una mujer japonesa que llegó a territorio mexicano en 1941 y se casó con un compatriota diecisiete años mayor. Aunque por momentos sea un tanto derivativo, no deja de ser un cuento reflexivo donde conceptos como la memoria, la tradición y la familia son deconstruidos y reformulados con inteligencia y sensibilidad.

En resumen, por más que presenta un par de cortometrajes con planteos y ejecuciones interesantes, la competencia latinoamericana estuvo lejos de ser satisfactoria, exhibiendo giros estéticos en el vacío.

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